¿Alguna vez has sentido que, a pesar de tus esfuerzos, algo sigue
desalineado en tu vida? En nuestra relación con Dios, este sentimiento suele
ser una señal de que hemos perdido el enfoque en Él. Desde el principio, fuimos
creados a Su imagen y semejanza, con el propósito divino de glorificarle en
todo lo que hacemos. En ese estado original, disfrutábamos de identidad,
posición y comunión perfecta con Él.
Sin embargo, todo cambió cuando la humanidad creyó en la mentira del
enemigo y apartó su mirada de la verdad de Dios. Así, el pecado entró en el
mundo, distorsionando nuestra relación con Él. Lo que antes era pleno, ahora
está quebrantado: nuestra comunión, identidad y propósito quedaron marcados por
la caída y el pecado.
Esta situación afectó a toda la humanidad, trayendo consigo la muerte
espiritual y separándonos de Dios:
Romanos 5:12 NBLA
"Por tanto, tal
como el pecado entró en el mundo por medio de un hombre,
y por medio del pecado
la muerte, así también la muerte se extendió a todos los hombres, porque todos
pecaron"
El pecado puede definirse de muchas formas, pero una de las más claras es
"errar al blanco". Para entenderlo, podemos compararlo con el tiro al
blanco, un deporte que exige concentración, precisión y constancia. Un pequeño
desliz en su enfoque puede hacer que la flecha se desvíe y pierda su objetivo.
En nuestra vida espiritual, ocurre algo similar. Cuando apartamos nuestra
mirada de Cristo, nuestro blanco perfecto y nos enfocamos en las distracciones
del mundo, inevitablemente fallamos.
Pero aquí no termina la historia. Aunque todos hemos fallado, el
sacrificio de Cristo ofrece una solución:
Romanos 5:19 NBLA
“Porque así como por la
desobediencia de un hombre
los muchos fueron
constituidos pecadores, así también por la obediencia de Uno
los muchos serán
constituidos justos.”
Jesús, con Su
obediencia perfecta, vino a restaurar lo que el pecado había roto.
Al dar Su vida en la
cruz, Él abrió el camino para que pudiéramos regresar al blanco,
a la comunión plena
con Dios y vivir conforme al propósito para el cual fuimos creados.
Aquí es donde entra el arrepentimiento, que no solo reconoce nuestra
falla, sino que también nos permite reajustar nuestra dirección. Como el
arquero que reajusta su puntería tras un error, el arrepentimiento nos invita a
mirar nuevamente hacia Cristo, nuestro objetivo y a caminar alineados a Su
voluntad. No se trata de seguir errando, sino de cambiar nuestra dirección y
acercarnos más a la voluntad de Dios.
El arrepentimiento es más que pedir perdón; es un cambio genuino de
corazón y dirección. No es un llamado a seguir pecando, sino a apartarnos de
aquello que contamina nuestra alma y caminar conforme a los principios de Dios.
Así como el arquero que practica para perfeccionar su puntería, nosotros
también debemos entrenar nuestra vida espiritual. Esto implica mantenernos
alertas, ser intencionales en nuestras decisiones y levantarnos cuando caemos,
con la mirada fija en Jesús, el autor y consumador de nuestra fe.
Cada vez que fallamos
y pecamos, no debemos usarlo como excusa para seguir desviándonos, sino como
una oportunidad para mejorar, corregir nuestra dirección y alinearnos
nuevamente con el propósito que Dios tiene para nuestra vida.
Cierra los ojos y reflexiona: ¿Dónde está apuntando tu vida hoy? Si has
desviado tu mirada, aún hay esperanza. Cristo
te invita a volver al blanco, a fijar tu atención en Él y a caminar en Su
perfecta voluntad. Al hacerlo, serás transformado más y más a Su imagen,
cumpliendo así el propósito para el cual fuiste creado.