No me elegisteis
vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros,
y os he puesto para
que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca;
para que todo lo que
pidiereis al Padre en mi nombre, Él os lo dé.
Juan 15:16
Un huerto que tiene árboles
frutales es un lugar especial. Se viste de colores, de formas, de aromas, de
sabores. El proceso de formación de los frutos es una muestra de la increíble
creación de Dios. A través de la flor, Él diseñó el sistema reproductor que da
origen a todo ello, por medio de la polinización se da la posibilidad de la
fecundación que genera la semilla y, a partir de ello, el crecimiento y la
maduración que nos permiten disfrutar luego tantas delicias.
El versículo 16 del capítulo 15
del evangelio de Juan nos hace ver y saber que, de acuerdo con la maravillosa
gracia del Señor, hemos sido plantados en Su huerto, fuimos escogidos por Su
misericordia y salvados por Su sacrificio para gozar el don de la redención.
Somos pámpanos, aquellos sarmientos que dependen total y absolutamente de
Cristo, la vid verdadera.
¡Qué enorme regalo saber que Él
nos eligió! Claramente, no por obras nuestras que compren ese favor, sino por
Su inagotable amor, el que nos dio el privilegio de ser hijos Suyos, al creer
en Su sacrificio manifestado en una cruz y en Su promesa cumplida en una tumba
vacía.
Y no solamente nos ha dado el
honor de ser elegidos Suyos, sino pone en nuestras vidas y a través de ellas la
comisión de darle a conocer a través de acciones que reflejen Su amor en
nosotros. Siendo hijos Suyos estamos obligados a ser luz, a ser sal, a cumplir
Su propósito a través de aquellas obras que Él ha preparado de antemano para
que andemos en ellas.
Tal como nosotros debemos
permanecer unidos a Él, nuestro fruto debe permanecer en nosotros, reflejando una
vida guiada por Su luz, dando a conocer Su rostro en cada gesto, en cada
palabra, en cada acción movida en misericordia y compasión ante la necesidad
que este mundo tiene de Su gracia, no para beneficio o para honra nuestra, sino
para Su gloria y para cumplir con Su anhelo, en la conciencia plena del peso
eterno que todo lo que hacemos en Su nombre tiene.
Podríamos llegar a pensar,
leyendo el pasaje de hoy, que el resultado de llevar fruto y permanecer en él,
es Su respuesta positiva a cada intención y cada anhelo de nuestro corazón.
Esto puede confundirnos, haciéndonos creer que nuestra oración puede convertirse
en una lista de deseos.
Y esta es la
confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad,
Él nos oye.
1 Juan 5:14
Permanecer en Dios es desarrollar
la fe que nos permite acudir a Su presencia con libertad para tener un diálogo
lleno de amor y dependencia, cubierto de confianza plena que descansa en Su
corazón y Su oído siempre atento; en Su poder, Su gracia y Su fidelidad. Es
alinear nuestra voluntad a Su voluntad, reconociendo Su soberanía, con la
disposición absoluta de ser guiados en Su preciosa Verdad.
Solamente permaneciendo y
confiando en Él, podremos vivir una vida que manifieste verdaderos frutos de
amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza; en
todo tiempo, aún en aquellos que traen dificultad.
Porque será como el
árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echará sus raíces,
y no verá cuando
viene el calor, sino que su hoja estará verde; y en el año de sequía no se
fatigará,
ni dejará de dar
fruto.
Jeremías 17:8