Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley,
sino que de día y de noche meditarás en él,
para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él
está escrito;
porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te
saldrá bien.
Josué 1:8
En la búsqueda de paz interior, el ser humano busca prácticas que
parecen ser soluciones al respecto. Una
de ellas es la meditación, cuyo aparente fin es lograr estados de relajación que
permitan reducir el estrés con sus síntomas físicos y emocionales, aumentar la
autoconciencia y mejorar el bienestar general. Algunas de sus formas se basan en
tendencias orientales que nos invitan a “despejar la mente” e incluso a repetir
frases o sonidos que mejoran la concentración (el famoso mantra).
Y así, vemos cómo la humanidad se vale de engaños que ofrecen un falso alivio
al dolor, a la pérdida, a la angustia, a los distintos desafíos que esta vida
conlleva. Muchos de ellos nos empujan a lo que es tendencia hoy día, enfocarnos
en nosotros mismos, buscando en nuestras fuerzas y en nuestras capacidades sobrellevar
la aflicción de este mundo, olvidando las dulces y poderosas palabras del
Salvador, que nos llamó a confiar a pesar de ella y encontrar en Sus palabras
verdadera y completa paz.
Dios nos habla acerca de la meditación, no una que se fundamenta en
prácticas vacías y pasajeras, sino la que se cimienta en Su Palabra, en la vida
y la profundidad de Sus promesas, de Su instrucción que es lámpara a nuestros
pies y lumbrera en nuestro caminar; la que nos reviste de sabiduría y
entendimiento y nos cubre con protección del pecado y de caminos que nos
desvíen de Su propósito perfecto.
Meditar en la Palabra de Dios va más allá de un hábito, tarea o
ejercicio diario que debemos practicar; meditar en Su Palabra es disponer
nuestros corazones a escuchar Su voz, dejando de lado todo lo demás, a seguir y
obedecer Su luz, a conocerlo mejor y así amarlo más. A hallar en Sus razones
nuestras razones para vivir, para calmar el alma, para fortalecernos con gozo,
para afirmar nuestra fe.
En tus mandamientos meditaré; consideraré Tus caminos.
Me regocijaré en Tus estatutos; no me olvidaré de Tus
palabras.
Salmo 119:15-16
A través de Su Palabra, conocemos el fiel cuidado y el tierno amor de un
Padre que se complace en extender Su misericordia hacia nosotros cada día; que
se agrada en otorgarnos el perdón que nos da salvación y nos permite vivir en
Su gracia. En ella hallamos verdadero gozo y deleite, pues
nos aproxima a Su propósito y a Su corazón, mostrándonos la senda de la
bendición.
A través de Su Palabra, tenemos el enorme privilegio de acercarnos a Él
para disfrutar de una comunión como no hay ninguna, siguiendo el ejemplo de Su
hijo, nuestro Señor Jesús, quien en Su forma humana, modeló para nosotros un
maravilloso ejemplo de dependencia y obediencia. Pero también de deleite,
haciéndonos ver cuánto anhelaba la comunión con el Padre, disfrutando a solas
Su vínculo sagrado de amor. ¡Maravillosa muestra de nuestro Salvador!
Hoy, gracias a Él, tenemos entrada confiada al trono de la gracia, en el
que hallamos no solo misericordia para la ayuda oportuna, sino también Su
Palabra, la que nos instruye, nos sostiene, nos anima, nos vivifica y nos hace
prosperar.
…en la ley del Señor está
su deleite, y en Su ley medita de día y de noche.
Será como árbol plantado junto
a corrientes de agua,
Que da su fruto a su tiempo y
su hoja no se marchita;
En todo lo que hace, prospera.
Salmo 1:2-3