Y repentinamente apareció con el ángel una multitud de
las huestes celestiales, que alababan a Dios…
Lucas 2:13
Es fácil imaginar una noche extraordinaria, llena del brillo que las
estrellas suelen dar, especialmente una de ellas, una que resplandecía más que
todas y más que nunca; es fácil imaginar a un grupo de pastores cuidando su
rebaño. Lo increíble es imaginar que este humilde grupo de hombres fuera
envuelto en la luz de la misma gloria de Dios, al tiempo que un ángel les daba
el anuncio de la llegada del Salvador al mundo. Y luego de ello, la aparición
de un enorme ejército de ángeles que alababan a Dios, diciendo:
¡Gloria a Dios
en las alturas,
Y en la tierra paz, buena voluntad para con los
hombres!
Lucas 2:14
Aquella fue una noche más que especial, fue la noche en la que la
humanidad entera recibía el cumplimiento de la promesa; aquel bebé envuelto en
pañales y acostado en un pesebre de Belén era el Redentor de un mundo condenado
a muerte, el Sol de justicia que en Sus alas traía salvación y sanidad, el
Mesías esperado que sería fuente de paz, perdón, aliento, fortaleza, consuelo,
vida en abundancia y vida eterna.
Su llegada era motivo de alabanza celestial, aquellos ángeles que no serían
beneficiados con Su salvación, reconocían la grandeza de esta y lo que
significaba para una humanidad perdida. Por ello proclamaron la gloria de Dios
y Su buena voluntad para con los hombres, agradable voluntad que nos rescata de
la muerte y que nos da un lugar privilegiado, el derecho de ser hijos Suyos, Su
presencia permanente y la confianza de acercarnos a Su trono para ser recibidos
siempre con gracia, amor y misericordia.
Ese motivo de alabanza celestial debería ser el motivo más grande de
amor, gratitud y verdadero regocijo en nuestras vidas; aquel canto de los
ángeles que anunciaba la llegada de Jesús al mundo y que exaltaba Su grandeza,
es hoy el canto que mueve nuestros corazones, cuando conocemos y reconocemos Su
poder, Su majestad y la grandeza de Sus obras, sobre todo la obra que restauró
nuestra relación con Dios, pagando cada una de nuestras culpas con el precio
más alto: Su vida misma.
Porque habéis sido comprados por precio; glorificad,
pues, a Dios
en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales
son de Dios.
1 Corintios 6:20
Glorificamos Su nombre cuando entendemos que Su vida es el regalo que
nos otorga completa paz, en el hecho de ser reconciliados y rescatados; pero
también la paz que sobrepasa todo entendimiento en tiempos de tribulación, a
pesar del quebranto del corazón. La dulce paz que nos calma el temor y nos
alivia en la aflicción. Cristo es el Príncipe de Paz.
La paz les dejo, Mi paz les doy; no se la doy a
ustedes como el mundo la da.
No se turbe su corazón ni tenga miedo.
Juan 14:27
La buena voluntad de Dios se manifestó aquella noche en el nacimiento humano
de Su hijo Jesús, quien 33 años después, moriría en una cruz para darnos
salvación y vida eterna a través de Su resurrección. En la esperanza de
adorarle por la eternidad debemos hoy proclamar, como aquellos pastores, esa
maravillosa Verdad.
Su gloria, Su amor, Su gracia y Su perdón deberá ser
siempre la razón de nuestra canción;
el motivo más grande de alabanza y adoración en
nuestro vivir y en nuestro corazón.