Mas ahora, así dice el Señor tu Creador, oh Jacob, Y
el que te formó, oh Israel:
«No temas, porque Yo te he redimido, Te he llamado por
tu nombre; Mío eres tú.
Isaías 43: 1 NBLA
Una de las primeras preguntas que alguien nos hace al conocernos, en
muchos casos la primera, es ¿cómo te llamas? Nuestro nombre es algo que nos
acompaña toda la vida, marca nuestro ser de manera individual y única junto a
nuestro ADN; define parte importante de nuestra personalidad y de nuestra
identidad. Determina muchas veces la percepción de los demás acerca de nosotros
y a veces, la propia.
Imaginemos por un momento que podemos cambiar nuestro nombre de acuerdo
con las cosas que experimentamos, que tenemos, que hacemos, que logramos, o que
pensamos de nosotros mismos, ¿cuál escogeríamos?
La Biblia nos habla en el libro de Rut de una mujer que pasó la
desgracia de perder a su esposo y a sus dos hijos en una tierra que no era la
suya. Al volver luego de su tragedia a su pueblo de origen, Belén de Judá, es
reconocida y llamada por su nombre; sin embargo, ella decide en ese momento
cambiarlo por la circunstancia dolorosa que está viviendo…
Y ella les respondía: No me llaméis Noemí, sino
llamadme Mara;
porque en grande amargura me ha puesto el
Todopoderoso.
Rut 1:20
Si copiáramos esta actitud hoy, probablemente pasaríamos por la
dificultad de definirnos de manera equivocada. El ser humano tiende a determinar
conclusiones negativas guiadas por pensamientos establecidos en el refuerzo
recibido a partir de los demás, desde los primeros años de vida; a esto se
suman las circunstancias adversas y los desaciertos que van cometiéndose con el
paso del tiempo. Nos encontraríamos con un conflicto interno difícil de
resolver.
Si continuamos leyendo el libro de Rut, encontraremos que la historia de
Noemí fue transformada para bien; los tiempos dolorosos pasaron y la bendición
de Dios llego nuevamente a su vida…
Entonces las mujeres dijeron a Noemí: Bendito sea el
Señor que no te ha dejado hoy sin redentor…
Rut 4:14
Cuando tenemos el maravilloso privilegio de conocer a Jesús, nuestro
único y poderoso Redentor, nos damos cuenta de que no importa lo que diga un
documento, un pasado o una dificultad. Al creer en Él y hacerle Señor de
nuestras vidas, recibimos una identidad segura, confiable y eterna. Recibimos
un nombre que muestra la grandeza de Su amor. Su gracia nos llama amados,
perdonados, redimidos, escogidos, justificados, aceptados.
Pero a todos los que lo recibieron, les dio el derecho
de llegar a ser hijos de Dios,
es decir, a
los que creen en Su nombre.
Juan 1:12
Cuando recibimos en nuestro corazón Su sacrificio de amor a través de Su
muerte, cuando reconocemos Su poder y Su gloria manifestados en Su resurrección
y aguardamos en la esperanza de Su promesa de volver, encontramos un sentido de
pertenencia, un verdadero nombre, un verdadero motivo y un verdadero propósito
de vivir. Somos hijos amados, recibimos ese nombre privilegiado e inmerecido
gracias a Él. ¡Somos Suyos!
Porque Dios nos escogió en Cristo antes de la
fundación del mundo,
para que fuéramos santos y sin mancha delante de Él.
En amor nos predestinó para adopción como hijos para
sí mediante Jesucristo,
conforme a la buena intención de Su voluntad
Efesios 1:4-5
Cuando llegamos al encuentro con Jesús, encontramos
nuestro verdadero nombre,
nuestra verdadera identidad y nuestro verdadero
propósito en la vida.
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