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Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, 

contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, 

contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes.

Efesios 6:12


Vivir la vida con Cristo y para Cristo, es vivir una vida que tiene sentido, que halla propósito, que cuenta con esperanza, que conoce el gozo de la salvación y la paz que otorga el perdón y que nos permite la salvación. Es vivir una vida plena, que se cubre con plenitud de bendición. 


Sin embargo, vivimos esa vida en un mundo contaminado por el mal, en un mundo en el que enfrentamos aflicción, uno que no nos libra de la tentación, de la lucha, del dolor, del peligro y del temor. Nos toca, tantas y tantas veces, librar obstáculos que entorpecen y complican nuestro caminar a través de la dificultad. Pero nos toca también pelear contra fuerzas invisibles del mal que tienen como objetivo desviarnos del propósito de nuestro camino espiritual. 


Pablo inicia su despedida en la carta a los Efesios, luego de traer a su conciencia todo lo hecho por nuestro Señor por ellos, luego de mostrarles la posición gloriosa que como hijos Suyos han adquirido, luego de revelarles el misterio que unifica a los creyentes y de intentar explicar el inexplicable amor de Dios. Es tiempo, casi al final, de hablar de la necesidad de andar en el Espíritu, puesto que habrá batallas que sortear. 


Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza.

Efesios 6:10


¡Qué importante instrucción es esta! Sobre todo, en el reconocimiento de que la lucha espiritual no puede, ni debe, librarse en nuestras fuerzas, sino en las de Aquel que venció al enemigo en el sacrificio de una cruz y en el levantarse lleno de poder de una tumba. Confiando y dependiendo entera y absolutamente de Él, de Su potestad, de Su guía, de Su amor, de Su soberanía. 


En el diario vivir encontramos conflictos de todo tipo, a nivel personal, familiar, laboral, social, sentimental. Sin embargo, nuestras luchas no son ni se deben a circunstancias como nuestra propia inseguridad, o a la dificultad que enfrentamos con el prójimo o la adversidad. La batalla campal más fuerte se tiene a nivel espiritual, contra huestes de maldad, contra poderes invisibles y principados que anidan en la oscuridad. 


Tener este conocimiento puede inquietar el alma con duda o temor. Sin embargo, debemos recordar que no es una condición en la que nos encontramos indefensos o desprotegidos. Tenemos con nosotros a un Poderoso Gigante que cuenta con un ejército que es completamente invencible; al frente de la batalla va Aquel que es Mayor que el que está en este mundo, Él nos asegura la victoria y nos llama a recordar que no nos ha dado un espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio (2 Tim. 1:7). 


Nuestro Dios nos defiende, pero también nos equipa para luchar, nos da herramientas que nos permiten pelear y vencer en el campo de batalla. Nos otorga una armadura que permite resistir y ganar; con elementos como la verdad, la justicia, la paz, la fe, la salvación y Su Palabra que es un arma contundente para triunfar. 


Y es Su armadura la que nos permite permanecer firmes cuando libramos batallas espirituales, cuando somos atacados y tentados por las artimañas del enemigo de nuestras almas. Nuestra victoria se asegura en Su Santo Espíritu, nuestra fuerza proviene de Él, de Su poder, de Su gracia y de Su favor. Podemos ir con valentía al campo de batalla, con la confianza puesta plenamente en nuestro amoroso, poderoso y victorioso Dios.  


 


Hace poco estuve conversando con una amiga y ella me mostraba cómo su pequeño bebé de casi un año disfruta rayar los cuadernos donde ella hace sus devocionales. Aunque puede parecer una travesura, en realidad esto nos muestra algo mucho más profundo: este bebe está imitando lo que ve, está reflejando el hábito de su mamá de pasar tiempo con El Señor. 

Y es que así somos, imitamos aquello que admiramos, lo que tenemos cerca, lo que vemos constantemente. Pero cuidado con esto, porque según a quién miremos e imitemos, se determinará si vamos por caminos de vida o de destrucción.

El capítulo 5 de Efesios nos llama a ser imitadores de Dios. Y esto no es como cuando copiamos una moda solo para encajar o impresionar, nada de eso. Se trata de algo mucho más profundo: una relación viva y real con Él. Ya que, al pasar tiempo con Jesús, al contemplar Su palabra y al buscar Su presencia, poco a poco vamos siendo transformados y Su gloria resplandecerá en nosotros.

El pasaje también nos da una advertencia: 

“Por tanto, tened cuidado cómo andáis; no como insensatos, sino como sabios, 
aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos” 
Efesios 5:15-16 NBLA. 

La verdad es que, si nos ponemos a pensar, nos damos cuenta de que nuestro tiempo aquí en la tierra es corto, muy corto. Por eso no podemos darnos el lujo de vivir distraídos, copiando lo que el mundo hace o de conformarnos con una fe “light”. Hoy en día todo a nuestro alrededor grita: “vive tu vida, solo tienes una”, “haz lo que te haga feliz”, “sigue a tu corazón”. Suena motivador, ¿cierto? Pero si lo pensamos bien, no es tan inofensivo como parece. La Palabra de Dios nos recuerda que fuimos rescatados de la oscuridad, y que ahora andamos como hijos de luz.

Efesios 5 nos señala nuestra nueva identidad en Cristo: somos hijos amados, hijos de Luz. Por lo tanto, vivir desde esta identidad implica que nuestras acciones, nuestras palabras, nuestras relaciones interpersonales, deben dar a conocer que somos de Él. Ya no somos esclavos del pecado ni de este mundo, somos hijos de Dios. Esta es la verdad que debe marcar la diferencia en cómo usamos nuestro tiempo, cómo tratamos y nos relacionamos con los demás y cómo enfrentamos nuestras luchas diarias.

No se trata de vidas perfectas. Se trata de vivir rendidos al Señor, amando como Cristo amó: con entrega, con servicio, con sacrificio. Respetando como la Iglesia respeta a Cristo: con confianza, humildad y obediencia. Nuestra vida, con sus pequeños detalles y decisiones, es el lugar donde mostramos realmente a quién estamos imitando.

El pastor John MacArthur lo expresó de manera muy clara: 
“La iglesia de Cristo es su cuerpo encarnado actualmente en la tierra. Esta encarnación externa de Cristo es lo único que el mundo ve de Él. En consecuencia, la iglesia debería tener la misma plenitud y estatura que Cristo tuvo cuando ministró en la tierra. Cuando la iglesia no es fiel, la visión que el mundo tiene de Cristo se distorsiona, la iglesia es debilitada, y el Señor es deshonrado.”

Eso nos debe llevar a reflexionar: ¿qué imagen está proyectando nuestra vida hoy? ¿Las personas ven a Cristo en nuestras acciones, o ven otra cosa?

Vivir desde la identidad en Cristo, se trata de recordar cada día que somos Sus hijos amados, 
llamados a imitar a nuestro Padre celestial, conscientes de que nuestra vida aquí es pasajera 
y de que lo que hacemos hoy trasciende en la eternidad. 
Pidámosle al Señor que cada día nuestra vida sea un reflejo más claro de Él.




 



“Que en cuanto a la anterior manera de vivir, ustedes se despojen del viejo hombre que se corrompe según los deseos engañosos, y que sean renovados en el espíritu de su mente, y se vistan del nuevo hombre,en el cual,en la semejanza de Dios, ha sido creado en la justicia y santidad de la verdad” Efesios 4:22-24 (NBLA) 

Al leer y escudriñar las escrituras de Pablo, encuentro muchas claves del diseño, llamado y de la nueva identidad que llegamos a tener cuando nacemos de nuevo en Cristo Jesús. Desde el versículo uno Pablo nos llama a vivir de una manera “digna” de nuestra vocación, y juntamente con ello, Él da la clave para lograrlo y es “esforzándonos por preservar la unidad del Espíritu en el vínculo de paz”.

Cuando nacemos de nuevo para Cristo y mediante Él, es imposible seguir viviendo de la misma forma, y un cambio que nos permite dignificar el llamado que Dios nos da es cuidar y mantener la unidad, porque el enemigo quiere destruir, robar, matar y dividir; nos corresponde guardar la unidad, reconocer y recordar que servimos a un solo Dios mediante una sola fe, y que por gracia conformamos un solo cuerpo que es EL CUERPO DE CRISTO.

Cuando decidimos corresponder al llamado de Dios somos invitados a no habitar en soledad nunca más, sino a ser parte de un mismo cuerpo que trabaja y funciona con un mismo propósito y para alcanzar la gloria de Dios. 

Probablemente cuando conocemos a Dios por primera vez, tenemos la idea de que para recibir Su llamado debemos renunciar a nuestra vida para ser Pastores/as; en lo personal, cuando yo era más joven pensaba de esta forma; sin embargo, Pablo en Efesios 4:11 dice que Dios ha hecho diferentes llamados y que capacita a cada uno según Su propósito. 

Podemos comprobarlo en el momento en el que Dios a través de Jesús escoge y llama como discípulos a pescadores, para que dentro de la obra se conviertan en Pescadores de Hombres (Mateo 4:18-19). Esto nos afirma que Dios puede utilizarnos para Su gloria sin importar a qué nos dediquemos. Y con ello quiero darte un ejemplo, tengo una amiga que inició un emprendimiento para vender ropa para chicas, ella es Cristina y decidió honrar a Dios mediante su emprendimiento, de modo que, cada vez que alguna chica hacía un pedido de ropa, ella enviaba un versículo que habla de que somos creadas a Su imagen, que somos hechura de Dios y que tenemos gran valor. Esta amiga logró bendecir a muchas mujeres mediante la venta de ropa y compartió la Palabra de Dios.

Si aceptas el llamado y te prestas para traer el Reino de Dios a la tierra, Él te usará para glorificar Su nombre en cualquier cosa que hagas, de modo que harás crecer el Reino y permitirás que otros conozcan Su Palabra a través de ti.

En la segunda parte de Efesios 4, Pablo habla de una nueva vida en Cristo, donde nos hace el llamado a predicar con nuestra manera de vivir y proyectar que Jesús transformó nuestro corazón. Somos llamados a reflejar lo que hemos recibido por gracia de parte de Dios. 

Me agrada la forma en la que Pablo en el versículo 24 dice “vístanse del nuevo hombre” porque, aunque no se refiere a una vestidura física, hoy en día podemos hacer la comparación metafórica, porque cada día al despertar debemos decidir qué ropa usar y no podemos ponernos una prenda de ropa limpia sobre una prenda sucia, primero debemos quitarnos lo sucio para después escoger qué usar, escoger cada día cómo deseamos ser vistas.

Cuando vives para Jesús, cada día tienes la oportunidad de despojarte de prendas del pasado para escoger nuevamente qué deseas vestir en tu interior y cada día el Espíritu Santo nos ofrece la oportunidad de vestirnos de Su amor, perdón, gracia, sabiduría, verdad y mucho más. De modo que nuestra vestidura interna refleje el carácter de Cristo.






 


A mí, que soy menos que el más pequeño de todos los santos, me fue dada esta gracia  de anunciar entre los gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo,

Efesios 3:8


Pablo, el apóstol que pasó de ser perseguidor a sufrir persecución, escribe desde la prisión de Roma, en la espera de un juicio ante César, cartas a sus hermanos Efesios, Filipenses, Colosenses y a su amigo Filemón; cada una con el fin de instruir, de animar, de transmitir mensajes de esperanza, de gozo, de unidad, de amor y de perdón. En su corazón ardía la imperiosa necesidad de predicar la Verdad y de que esta fuera compartida a los demás. 


Los propósitos perfectos del Señor se manifiestan a través de este hombre especial, antes fariseo y acosador de la Iglesia, transformado por completo en Cristo, al ser escogido para dar a conocer el misterio de la obra del Evangelio que uniría a judíos y gentiles. Enorme privilegio y gran responsabilidad que llevó a cabo con total entrega y fidelidad.


El capítulo 3 de la carta que envía a la Iglesia de Éfeso, nos muestra una actitud humilde que se maravilla en el inmenso privilegio que le fue otorgado, siendo el transmisor de aquel misterio, el cual hacía saber que los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio, del cual él fue hecho ministro por el don de la gracia de Dios que le fue dado según la operación de Su poder (V. 6 y 7).


Un tiempo atrás, camino a Damasco, Pablo se encontró de frente con Jesús; se encontró con Su amor, con Su perdón, con Su gracia y con Su poder. La luz que dañó sus ojos físicos, abrió sus ojos espirituales, aquella luz resplandeció sobre su vida y a partir de ello se convirtió en un testimonio vivo del poder transformador de Cristo, de Su verdad, que fue la fuerza de su fe y de todo su ser.  


…para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder 

en el hombre interior por su Espíritu; para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, 

a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender 

con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, 

y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, 

para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios.

Efesios 3:16-19


Recibió de primera mano grandes revelaciones, conoció la riqueza que existe en el perdón de pecados, en la inexplicable gracia que los cubre y que otorga plena paz y completa salvación. Depositó completamente su confianza en la Verdad y comprendió la inmensidad incalculable del amor de Dios, al cual les invitaba a arraigar y cimentar sus vidas, invitación que es hoy extendida a las nuestras. 


Ciertamente, no alcanzaremos jamás a cuantificar el perfecto amor de nuestro Dios, solo podemos saber, en nuestra limitación, que es más que suficiente para alcanzar a toda una humanidad, que perdona toda maldad y que tiene un tiempo de duración que reposa en la promesa de la eternidad.


Como Pablo anunciaba con pasión las abundantes riquezas de Dios, hoy somos llamados a hacerlo, habiendo recibido la gracia que nos otorgó perdón y reconciliación, no podemos sino vivir en Él y para Él, glorificando Su nombre, proclamando Su verdad, Su luz y Su inexplicable e inagotable amor. 


Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente 

de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, 

 a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén.

Efesios 3:20-21



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