Por sentido común, nadie
le atribuye honor, respeto y autoridad superiores a un ser en gestación; a
menos que pertenezca a la realeza, que haya gran expectativa de su llegada y
que se esté plenamente convencido del cambio que produciría si llegara a ocupar
una posición de poder… Elisabet sí lo hizo. Sin conocer al bebé en el vientre
de María, ella lo colocó por encima de los hombros de Herodes, el máximo
gobernador de aquel momento.
¿Por qué
me ha acontecido esto a mí, que la madre de mi Señor venga a mí?
Lucas 1:43
NBLA
¿Cómo pudo Elisabet
atribuirle a un ser en gestación cualidades de alguien honorable, digno, con
poder y autoridad mayores que ella?
Remontémonos hacia el
pasado:
Es Dios mismo quien, acerca
del deseo de David por la construcción de un templo para Dios, revela el futuro
al Rey:
El
Señor también te hace saber que el Señor te edificará una casa.
Cuando
tus días se cumplan y reposes con tus padres, levantaré a tu descendiente
después
de ti, el cual saldrá de tus entrañas, y estableceré su reino.
Él
edificará casa a Mi nombre, y Yo estableceré el trono de su reino para siempre.
2 Samuel
7:11-13 NBLA
Aunque esta profecía se
cumplió en Salomón quien construyó el templo en Jerusalén, Dios se refería a
alguien mucho más grande que él. Para establecer un reino por la eternidad se
necesitaría un gobernante inmortal, pero a la vez tendría que ser un hijo de
David y, por lo tanto, un ser humano.
¿Cómo pudo David
atribuirle a un descendiente suyo, sin conocerlo, cualidades muy superiores a
él como rey y colocarlo en la misma posición que la de Dios?
Quizás al momento de
escuchar las palabras de Dios en boca de Natán, David no lo haya entendido.
Pero al momento en que escribió su Salmo 110, entendió y reverenció que Dios
mismo estaría entre los seres humanos, llegaría de su descendencia para
construir El Templo, tomaría posesión del Trono y establecería Su Reino (ya no el suyo,
sino el de Dios) para siempre.
Por eso exclama:
Dice
el SEÑOR a mi Señor: Siéntate a Mi diestra,
Hasta que
ponga a Tus enemigos por estrado de Tus pies.
Salmos 110:1
NBLA
Ahora vayamos unos años
delante de Elisabet. Jesús se refiere al mismo entendimiento de ella y de David
cuando pregunta a los fariseos:
… «Entonces,
¿cómo es que David en el Espíritu lo llama “Señor”,
diciendo: “Dijo
el Señor a mi Señor…? Pues si David lo llama “Señor”, ¿cómo es Él su hijo?».
Mateo 22:43
– 45 NBLA
Los fariseos aceptaban
que el Mesías debía nacer de la línea sanguínea de David, pero no cabía en sus
mentes la posibilidad que ese descendiente fuera Dios mismo. Jesús aclara que
David llegó a esta conclusión por la revelación del Espíritu, lo mismo que
ocurrió con Elisabet. Si los fariseos hubieran
permitido que el Espíritu trajera entendimiento a sus mentes, habrían
comprendido que el Mesías que ellos esperaban era Dios hecho hombre habitando
entre los hombres, el mismo que hablaba con ellos.
Hoy gozamos de la revelación completa, sabemos que en sentido humano Jesús es 100% hijo de David y, en sentido divino es 100% Dios; no necesitó materiales de construcción para edificar el templo porque Él mismo es el Templo, el lugar en el que el cielo y la tierra se unen, aproximando en Sí mismo a Dios y a los hombres.
En la temporada de Adviento celebramos la llegada de un niño que se hizo hombre; como David y Elisabet, rendimos nuestra voluntad a quien llamamos Nuestro Señor, pues posee todo el honor, todo el poder y toda la autoridad desde siempre y hasta siempre.
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