Corazón renovado

 


Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros;

y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. 

Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos,

y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra.

Ezequiel 36:26-27

 

El corazón es un músculo situado ligeramente a la izquierda del centro del pecho, del tamaño aproximado de nuestro puño, late alrededor de 70 veces por minuto. Su función al bombear sangre junto al resto del sistema cardiovascular, es la de llevar oxígeno hasta las células más pequeñas del organismo, para que absorban los nutrientes de los alimentos y los conviertan en energía que les hagan funcionar.

 

Se dice que es el motor del cuerpo, su papel en la salud de nuestro organismo es vital; para su cuidado se recomienda un estilo de vida saludable, en el que una alimentación balanceada, el ejercicio físico, el descanso y una buena gestión de emociones son muy importantes. Lo contrario le pone en peligro.

 

En el plano sentimental se asocia al amor con el corazón y en el plano emocional se le ve como el receptor del dolor, alguna vez habremos o escuchado -o incluso dicho- la frase: me duele el corazón… la verdad es que la liberación de ciertas sustancias que se generan con algunas emociones fuertes puede acelerar su ritmo. Así que, decisiones mal tomadas en estos aspectos de la vida, también pueden dañarlo.

 

La Biblia nos dice en Proverbios 4:23 que debemos guardarlo sobre toda cosa guardada, pues él determina el rumbo de la vida. Podemos comprobar la verdad y la importancia de este pasaje cuando nos damos cuenta de que cada impulso, cada palabra, cada intención, cada gesto y cada acción se derivan de lo que llevamos dentro suyo. Esto puede complicarse cuando entendemos lo engañoso que puede llegar a ser (Jeremías 17:9).

 

Dios nos hizo originalmente a Su imagen y semejanza (Génesis 1:26), no en un sentido físico; nuestro corazón fue una creación santa en su forma inicial. Sin embargo, fue corrompido en el momento en el que el pecado tomó su lugar en la humanidad, a partir de nuestra voluntad inclinada a la desobediencia.  Terrible verdad que nos muestra el fin al que estábamos condenados: la muerte.

 

¿Cómo restaurar nuestro corazón dañado, engañoso, corrompido y destinado a morir? ¿Cómo construir aquello que vamos destruyendo a partir de nuestras intenciones, nuestras decisiones y nuestras acciones? La preciosa promesa que encontramos en el capítulo 36 de Ezequiel nos llena de esperanza, en el ofrecimiento de un corazón nuevo de parte de Dios a nuestras vidas.  

 

Es a partir de Su amor redentor, de Su misericordia inmerecida y de Su gracia sublime que nuestros corazones son restaurados. A pesar de nuestro pecado, somos perdonados y rescatados de la muerte. En las heridas de Jesús en la cruz, sanamos nuestras heridas y nuestras culpas son lavadas; a partir de Su muerte tenemos vida nueva abundante y una esperanza que es eterna en Su resurrección.

 

En esta preciosa esperanza anclamos nuestra fe, nuestra paz, nuestro gozo y nuestra confianza. En el hecho de saber que, al momento de recibir Su plan de salvación y hacer a Jesús nuestro Señor y Salvador, no solamente tenemos redención y perdón, sino un nuevo corazón, uno que se deja guiar por la luz de Su amor, ajustado a la forma de Su corazón, uno en el que mora Su hermoso Espíritu, uno que vive en obediencia, lleno de alegría y de bendición.




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