Viaje de regreso a la Cruz



 “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron, ahora han sido hechas nuevas”.

  2 Corintios 5:17

¿Tú viste alguna de esas películas en las que una persona por algún motivo pierde la memoria y toda la trama gira en torno a la recuperación de sus recuerdos, para tener la seguridad de quién es realmente? Bueno, así es la vida en Cristo. 

Déjame explicarte: desde el momento que le decimos sí a Cristo y aceptamos por fe Su evangelio, tenemos una nueva identidad, que no se define por nada de lo que nosotras hagamos o dejemos de hacer, sino que se define por lo que Jesús hizo por nosotras en Su sacrificio y resurrección. ¡Esos momentos de lucidez por esa comprensión espiritual son gloriosos! Pero tengo que ser franca contigo, no duran siempre. 

¡Cuánto quisiera que mi comprensión de lo que tengo en mi nueva naturaleza redimida brillara día tras día con la misma intensidad! Muy al contrario de eso y tal como la persona protagonista de la película, la trama de mi caminar en El Señor se vuelve una lucha constante por recordar quién soy en Cristo y lo que ya tengo en Él.

La realidad es que hay mucha presión de afuera y de adentro cuando te determinas a ponerlo a Él en el centro de tu misma existencia: la actualidad, los amigos, las redes, todo el sistema que te rodea te empuja sin freno, para que seas cómplice del placer que se siente pensar en que eres la belleza que ves en el espejo, que eres los logros que ganaste, las decisiones que tomas, o incluso acomodarte en el displacer que se siente pensar en que eres las metidas de pata, los fracasos que cometiste y los callejones sin salida en que te metiste. Y no te mentiré si te digo que he saboreado cada uno de esos bocados, para luego estrellarme la cabeza contra la almohada y darme cuenta ¡cuán equivocada estaba tratando de definir y sostener todo lo que soy sobre hojarasca arrastrada por el viento! 

Es allí cuando cabizbaja necesito hacer un viaje de retorno a la Cruz, para recordar lo más elemental del Evangelio, lo que tantas veces damos por sentado, el mensaje que relegamos a los cultos evangelísticos y que en ocasiones preferimos omitir porque nos perdemos buscando las más altas dimensiones espirituales, el mensaje tan sencillo de la Cruz: que Jesús murió por mí, que en Su muerte y resurrección me regaló el perdón de mis pecados, me dio una nueva identidad y Su justificación, porque me amó; no necesito ser de tal o cual forma, tener esto o aquello, dejar de cometer errores o hacerle caso a las expectativas de la gente para ser alguien, porque en Él, yo soy. 

Sé que es desgastante mantener la resistencia y estar constantemente zafándote de esas tentadoras ofertas para sostener lo que eres, pero es mucho más costoso olvidar la identidad que has recibido como herencia por la fe en el Hijo de Dios.

Entonces, en primer lugar, deja que sea Jesús quien defina quién eres y para qué existes; y, en segundo lugar, lucha por recordar. Así como en esas escenas de película, donde el angustiado protagonista que perdió la memoria se agarra la cabeza y con desesperación comienza a repetirse a sí mismo frases cortas que le recuerdan su verdadera identidad. Así mismo, recuérdate una y otra vez lo que dice Jesús acerca de tu verdadera identidad, realiza viajes más continuos de regreso a la cruz y escarba cada vez más hondo hasta que te asegures de que estás firme, y de que no te moverás de allí.



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