Ahora lo he visto, y les aseguro que Él es el Hijo de Dios.
Juan 1:34
Esta hermosa historia dio inicio alrededor de
30 años atrás de los sucesos que el primer capítulo del Evangelio de Juan
relata… un bebé de 6 meses de gestación que salta de gozo dentro del vientre
anciano de su madre, al reconocer en el vientre de una joven virgen a su Salvador
(Lucas 1).
Pasados estos años, aquel bebé se convierte en
un testigo especial que predeciría la llegada del Mesías, reconociendo su
pequeñez ante Su grandeza y su existencia limitada ante Su Eternidad, pues
manifestó que Aquel que habría de venir era antes que él; a pesar de ser
cronológicamente mayor, Juan el Bautista sabía que el Verbo era desde el
principio, sabía que el Verbo estaba con Dios y que el Verbo era Dios.
Este hombre reconoció verdades profundas,
reconoció a su Señor antes de que naciera, reconoció luego que era el Redentor,
reconoció aquel propósito que lo llevaría irremediablemente tiempo después a la
muerte de cruz, como el Cordero que habría de darse en sacrificio por el pecado
de toda la humanidad.
Juan el Bautista tuvo la increíble oportunidad
de recibir una instrucción precisa que le permitió confirmar su testimonio,
sabiendo que Aquel sobre quien viera al Espíritu descender y posarse sobre
Él, Este es el que bautiza en el Espíritu Santo (Juan 1:33). ¡Lo vio, lo
comprobó y lo testificó! Contaba con evidencia de primera mano que respaldaba
aquel testimonio glorioso que anunciaba la llegada del Salvador que este mundo
necesitaba. Y no calló, con seguridad dio fe de aquello que sus ojos tuvieron
el enorme privilegio de ver.
Fue un testigo confiable y fiel, no tomó para
sí ventaja alguna de su privilegiada posición. Contrario a ello, dio lugar al
Rey, al que vino a salvarlo a él y a todo aquel que en Él creyera. No guardó
aquel testimonio que probaba la certeza de la existencia de aquel Salvador. Habló
con verdad acerca del que es la Verdad, el Camino y la Vida.
Hoy, nosotras conocemos esta preciosa Verdad,
tenemos en nuestros corazones, en nuestras mentes, en nuestros labios, en
nuestras manos y en nuestros pies el más grande testimonio que compartir a este
mundo que sigue necesitando Su luz, la luz de Jesús.
¡Qué hermosos son sobre los montes los
pies del que trae buenas nuevas,
Del que anuncia la paz, del que trae
las buenas nuevas de gozo,
Del que anuncia la salvación, y dice
a Sión: «Tu Dios reina»!
Isaías 52:7
Hoy, nosotras tenemos la maravillosa
oportunidad y, debemos decir que también la gran responsabilidad de testificar
de Él. No podremos hacerlo si no llegamos a conocerle, a reconocerle, a amarle,
a buscarle, a servirle, a seguirle.
Encontrar a Jesús cambia nuestras vidas, cuando
entendemos lo que hizo por nosotros y el regalo que recibimos a partir de ello,
encontramos el tesoro de la Salvación y la Vida Eterna, lo demás pasa a un
segundo plano y simplemente no podemos callar. Somos llamadas a aceptarle y
reconocerle como nuestro Dios y Señor, pero también a testificar de Él, de Su
amor, de Su gracia, de Su eternidad. No solamente con palabras, sino con cada
acción de nuestras vidas.
Pero de ninguna cosa hago caso, ni
estimo preciosa mi vida para mí mismo,
con tal que acabe mi carrera con
gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús,
para dar testimonio del evangelio de
la gracia de Dios.
Hechos 20:24
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