Esto traigo a mi corazón, Por esto tengo esperanza:
Que las misericordias del Señor jamás terminan,
Pues nunca fallan Sus bondades;
Son nuevas cada mañana; ¡Grande es Tu fidelidad!
«El Señor es mi porción», dice mi alma, «Por tanto en Él espero».
Lamentaciones 3:21-24
Los recuerdos no se basan solamente en las cosas que vivimos, también se encuentran en las respuestas emocionales que producimos en cada experiencia, qué y cuánto llegamos a percibir en nuestra alma ante algunos eventos de la vida, marcan la memoria como una huella que parece ser muchas veces imborrable.
Nos encantan los buenos tiempos, aquellos en los que todo es sencillo y lleno de felicidad, cuando vienen a nuestra memoria sentimos inevitablemente el deseo de volver a ellos, nos fascinaría encontrar algún mecanismo que pudiera detener el tiempo justo ahí. Sin embargo, los tiempos oscuros y dolorosos, ejercen el efecto contrario, traen al alma el recuerdo del dolor, la angustia, la desesperanza y la desesperación que parecieran no tener fin.
Cuando transitamos por pasajes complicados, ciertamente pueden sentirse como caminar en un desierto desolado, donde falta todo y el sentimiento de abandono es lo que es, en medio de la nada. Los desiertos nos hacen recordar a un pueblo que caminó en uno durante 40 años, pudiendo alcanzar Los desiertos nos hacen recordar a un pueblo que, habiendo podido alcanzar una preciosa promesa en 40 días, caminó en uno durante 40 años, gracias a la queja y la falta de gratitud.
Los desiertos de la vida nos hacen responder emocionalmente como parte de nuestra naturaleza. Hoy es un buen día para reflexionar en nuestra respuesta y analizarla bien, traer a nuestra mente y a nuestro corazón preciosas promesas que nos ayudarán a hacerlo con un mejor ánimo, confiando en la presencia fiel y poderosa de un Dios que no nos abandona, como aquella que se encuentra en Isaías 4:5-6:
entonces el Señor creará sobre todo lugar del monte Sion y sobre sus asambleas,
una nube durante el día, o sea humo, y un resplandor de llamas de fuego por la noche;
porque sobre toda la gloria habrá un dosel.
Será un cobertizo para dar sombra contra el calor del día,
y refugio y protección contra la tormenta y la lluvia.
Dios es nuestro refugio y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones, nos cita también el Salmo 46 en su primer versículo. Esta es una realidad que hallamos cuando atravesamos el desierto. En Sus promesas y Su fidelidad la esperanza emerge y nos hace creer, confiar y esperar en Él, en Su misericordia, Su bondad y Su fidelidad.
Es fácil hablar de ello cuando todo va bien, cuando no atravesamos la prueba o el valle de sombra y de muerte. Pareciera que Jeremías escribía acerca de la esperanza en el capítulo 3 de Lamentaciones, en tiempos buenos. Pero no era así, a este maravilloso pasaje lo rodean una serie de lamentos y calamidades que el pueblo de Dios sufría y sufriría como consecuencia de la desobediencia.
Encontramos esta joya preciosa en medio de la catástrofe, gracias a un corazón agradecido, bueno, tierno y sensible al amor de Dios, un corazón que confiaba y esperaba plenamente en Él, convencido de que fuera lo que fuera, Sus pensamientos son siempre de paz y bien. Por ello trae a su corazón esta memoria y puede afirmar en ella que encuentra esperanza en el recuerdo de un Dios misericordioso y fiel. Su alma puede reposar confiadamente, pues aún en la noche más oscura Su luz resplandece y Su cuidado no decae.
Jeremías entendió que el carácter de su Dios emergía lleno de amor en los momentos más difíciles, sin pedir una respuesta a su favor, sin reclamar un propósito, solamente encontrando esperanza en la certeza del fiel amor de un Padre que consuela, que sostiene, que levanta, que afirma y que jamás desampara.
Hoy nosotras podemos permitirnos vivir en la seguridad de ese hermoso recuerdo que nos llena de esperanza: que el gran amor del Señor no tiene fin, que Su misericordia nos guarda, que Sus muestras de bondad son cada día, que Él es digno de confianza y que en Él podemos esperar.
Esperé pacientemente al Señor, y Él se inclinó a mí y oyó mi clamor.
Me sacó del hoyo de la destrucción, del lodo cenagoso;
Asentó mis pies sobre una roca y afirmó mis pasos.
Puso en mi boca un cántico nuevo, un canto de alabanza a nuestro Dios.
Muchos verán esto, y temerán y confiarán en el Señor.
Cuán bienaventurado es el hombre que ha puesto en el Señor su confianza…
Salmo 40:1-4a
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