Aversión, desagrado, repugnancia, aborrecimiento, asco, son algunos sinónimos de esta sensación. Generalmente, suelen ser fluidos corporales o cosas en estado de descomposición, sucias y malolientes que generan en nosotros una respuesta fisiológica inmediata como las náuseas, picazón en la nariz, gestos de asco y una posición corporal en la que intentamos alejarnos rápidamente para tener el más mínimo contacto con estas cosas.
Esta es una emoción necesaria, si no tuviéramos la capacidad de asquearnos, podríamos ingerir cualquier alimento o exponernos a sustancias nocivas y terminaríamos gravemente afectadas al riesgo de contraer infecciones mortales. El asco funciona como una alarma que nos indica que algo “huele mal” y que necesitamos alejarnos de aquello que pueda perjudicar nuestra salud. Es una emoción que nos ayuda a vigilar que el ambiente en el que nos movemos sea libre de toxicidad y nuestra vitalidad no entre en riesgo.
Dios siente asco. Esta emoción fue una de las tantas razones amorosas para que Dios entregara la ley a Su pueblo. Obedecer la ley de Dios le aseguraba a Israel la supervivencia como nación en la tierra, porque sus normas apuntaban al cuidado de la limpieza y el hábito de purificación para evitar el contagio con agentes tóxicos que causaran enfermedades entre la gente. Cuando lees el pentateuco encuentras muchas normas sanitarias, como la de Deuteronomio 23:12-13.
Pero, la ley de Dios no se limitó a la higiene física, principalmente trató con el problema de la podredumbre espiritual, todo el sistema de sacrificios y rituales de purificación, específicamente cuando se trataba de que el sacerdote se acercara al tabernáculo para ministrar ante la presencia de Yahweh, se pueden explicar entendiendo la emoción de aversión de Dios por el pecado del ser humano y nadie mejor que Dios para enseñarnos sobre la repugnancia.
Dios es Santo y aborrece el pecado, si tuviera una pizca de contaminación dejaría de ser Santo, y dejaría de ser Dios. Todo a Su alrededor es exageradamente puro, creó al ser humano en la misma condición de pureza, por eso ambos (incluyendo la mujer) podían compartir juntos en el Edén, hasta que el ser humano se contaminó con el pecado.
De inmediato el corazón del ser humano comenzó un proceso de descomposición que le causó repugnancia a Dios, la barrera de separación entre Dios y el hombre surgió de la misma manera que tú rechazas y terminas alejándote de aquello que te produce náuseas. Dolorosamente, se alejó y, amorosamente, permitió que Israel, generaciones después que Adán, se acercaran a Su presencia, no sin antes cumplir con las estrictas y a la vez extenuantes normas de purificación y sacrificios expiatorios.
Muy contrario a nosotros, la aversión que Dios siente, que proviene de Su carácter Santo, rechaza y condena las motivaciones y conductas pecaminosas de las personas, no a las personas en sí mismas. Dios no rechaza al ser humano porque lleva en sí mismo Su Imago Dei.
“Y la verdad fue detenida, y el que se apartó del mal fue puesto en prisión; y lo vio Jehová, y desagradó a sus ojos, porque pereció el derecho”. Isaías 59:15 RVR60
Mientras tanto, nosotros tenemos una visión distorsionada del desagrado: cuando sentimos desagrado por la conducta de alguien, de inmediato sentimos aversión rechazando a la persona en sí misma, no su conducta. Esta es la base para el menosprecio y la discriminación. Luego, también percibimos con agrado deseando aquello que a Dios le repugna. Esta es la base para que la tentación produzca pecado y el pecado nos coloque en un estado de muerte y putrefacción espiritual (Santiago 1:13-15).
El amor de Dios diseñó una vía de limpieza eficaz para restablecer nuestra relación con Él. Mediante la sangre de Jesús, nuestro corazón putrefacto recobra la pureza original, ahora podemos abrazar a Dios con libertad. Y no solo eso, sino que los desperfectos de esta emoción se restablecen. En Jesús, podemos sentir desagrado por el pecado y agrado por Su camino de santidad y nuestro desagrado se dirige hacia la conducta pecaminosa, no hacia las personas.
Revisa tu corazón ¿En qué aspectos te desagrada el camino de Dios y te agrada el pecado? ¿Qué acciones puedes tomar para gestionar una aversión que agrade a Dios?
“Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí”. Salmos 51:10
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