Corazones que alaban

 


¡Aleluya! Alaben, siervos del Señor,
Alaben el nombre del Señor.
Bendito sea el nombre del Señor desde ahora y para siempre.
Salmo 113:1–2

El regalo de la maternidad es uno de los motivos de alegría más dulce, sincero, profundo, noble y grande que el alma puede experimentar. Sobre todo cuando este ha sido un anhelo inmenso en el corazón de una mujer que ha luchado por lograrlo.

Sin embargo, en algunos casos puede ser un motivo de sorpresa que, genera en lo inesperado de su llegada, inquietud, temor, angustia, rechazo, soledad o culpa. Puede convertirse en un hecho agobiante que hace sentir que el futuro es un gran riesgo.

En la Biblia encontramos dos ejemplos que nos muestran este tipo de sentir en la vida de dos mujeres especiales que amaban profundamente a Dios y rindieron sus vidas a Él, que dependieron y confiaron en Su buena, agradable y perfecta voluntad, sin importar sus circunstancias.

El primero de ellos es el caso de Ana, la madre de Samuel, quien enfrentó el amargo dolor de la esterilidad. La historia contada en 1 Samuel 1 narra el derramar de su alma en un llanto franco y desconsolado, el que fue escuchado por el sacerdote Elí, pero sobre todo fue escuchado por Dios. Él inclinó Su oído al clamor de esta mujer y le otorgó la respuesta que esperó durante tanto tiempo. Esto desata en ella un precioso canto de alabanza que encontramos en el segundo capítulo del mismo libro.

El segundo es el caso de María, la joven escogida por Dios, aquella que halló Su gracia para ser el canal que traería al Salvador de este mundo. La visita de Gabriel, el ángel que compartió con ella la noticia, inicialmente perturbó su ser y le llenó de temor. Pero, al escuchar las palabras que este pronunciaba trayendo un mensaje directo de Dios, respondió con total disposición a través de sus palabras: He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra (Lucas 1:38).

Esta respuesta nos muestra un corazón completamente confiado en su Dios, que más adelante desata una hermosa alabanza:

 

Engrandece mi alma al Señor; Y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador.
Porque ha mirado la bajeza de su sierva; pues he aquí,
desde ahora me dirán bienaventurada todas las generaciones. 
Porque me ha hecho grandes cosas el Poderoso; Santo es su nombre,
Y su misericordia es de generación en generación A los que le temen.
Hizo proezas con su brazo; Esparció a los soberbios en el pensamiento de sus corazones.
Quitó de los tronos a los poderosos, Y exaltó a los humildes.
A los hambrientos colmó de bienes, Y a los ricos envió vacíos.
Socorrió a Israel su siervo, Acordándose de la misericordia De la cual habló a nuestros padres,
Para con Abraham y su descendencia para siempre.
Lucas 1:46-55 

Hermosos ejemplos que hoy nos animan a aceptar sin reservas Su voluntad y a recibir de Su mano el don maravilloso de Su amor, Su gracia y Su bondad. A reconocer que cada hecho de nuestras vidas se viste de propósitos llenos de fidelidad y misericordia que nos muestran un futuro lleno de esperanza, por el cual podemos y debemos alabar Su nombre.

En este tiempo celebramos con alegría el recuerdo del regalo más grande que este mundo pudiera haber recibido, la llegada de nuestro Redentor, el Príncipe de Paz que nos trajo restauración y salvación a través de Su vida, Su muerte y Su resurrección, asegurándonos promesas de vida en abundancia, de vida eterna en y con Él.

 

¡Es tiempo de celebrar, alabemos al Señor!



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