Era una tarde fría de invierno cuando recibí la carta. Esto sucedió cuando la gente todavía escribía cartas. No había dirección de remitente, ni indicación alguna de quién la había escrito. Leí la carta y unas palabras saltaron de la página “Dios me ha perdonado y oro para que eso también te suceda”. Mi corazón se detuvo. Instantáneamente, supe de quién era y de qué se trataba.
Estaba llena de veneno. No lo podía creer. ¡Qué atrevimiento! ¿Cómo creía que una carta perdonaría años de dolor y abuso? Me di cuenta de que mi ira no se dirigía solamente a él.
Sentía mucha ira hacia Dios. ¿Cómo pudiste? ¿Cómo has podido perdonar al hombre que me viola? ¿Cómo puedes hacer a este hombre mi “hermano en Cristo?” Le odio, Señor, y Tú deberías odiarle también. Me sentí enferma. Lloré violentamente durante días. Vomité. Me alejé de la iglesia. Las Palabras de la Biblia se sentían vacías.
Yo era Jonás.
“Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para
condenar al mundo,
sino para
que el mundo sea salvo por él.”
Juan 3:17
La ironía es que yo veía el perdón de mi pecado como una prueba de Su misericordia hacia mí, pero veía el pecado de este hombre como una justificación para la ira de Dios contra él. Quería un Dios a mi propia imagen – uno que me perdonara por todo, pero que castigara a mis enemigos por todo. Sin embargo, no es este el Dios de la Biblia.
Este es el corazón de Dios para todo Su pueblo, para todos los pecadores: que nadie pase la eternidad separado de Él. Dios es amor y desea conectar de manera profunda con cada uno de nosotros a través de la redención de Su Hijo Jesús. Dios vierte Su misericordia ilimitada y Su compasión, no queriendo que ninguno se pierda. Desde el momento en el que recibimos a Jesús, recibimos no solo Su perdón sino también Su justicia perfecta. Jesús hace que seamos hechos justos para Dios por la eternidad.
Misericordioso
y clemente es Jehová; Lento para la ira, y grande en misericordia.
No contenderá para siempre, ni para siempre guardará el enojo.
No ha
hecho con nosotros conforme a nuestras iniquidades,
ni nos ha
pagado conforme a nuestros pecados.
Salmo
103:8-10
Él no nos trata como mereceríamos conforme a nuestro pecado.
Me avergüenza admitir que en mi ira y mi amargura había decidido que una persona no era merecedora del perdón y la misericordia de Dios. Mi ira ocultaba la verdad de la Palabra De Dios. Luchaba por ver la luz del Evangelio de Cristo.
“Porque
el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.”
Incluso
en mi desobediencia y dolor, el Espíritu Santo me perseguía sin descanso.
Su amor
abundante me llevó de vuelta a Él. La clave para el perdón verdadero en mi vida
fue
meditar en cuánto Dios me había perdonado a mí.
Lucas
19:10
“Porque
como la altura de los cielos sobre la tierra, Engrandeció su misericordia sobre
los que le temen. Cuanto está lejos el oriente del occidente, Hizo alejar de
nosotros nuestras rebeliones.”
Salmo
103:11-12
Un día Jesús volverá y juzgará a los que le hayan rechazado. Hasta entonces, debemos amar y amar bien. El amor verdadero es difícil y nos va a costar mucho en ocasiones.
Jesús amó a Su Padre y a Su pueblo al punto de morir. No hay nada que Jesús no sacrificaría en el nombre del amor.
No hay lugar al que
Jesús no vaya.
No hay nadie con el que
Jesús no quiera conectar.
No hay límite en lo que
Jesús haría para alcanzar al perdido.
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