Una relación diferente

 



Todos estamos en busca de una relación que sea diferente, en la que exista plena confianza, con la que podamos contar incondicionalmente, donde no nos sintamos perseguidos ni juzgados, sino comprendidos, amados y protegidos; que también nos permita proyectarnos hacia el futuro con esperanza y motivación.

Sin embargo, la experiencia de la decepción se acrecienta con cada nueva relación con la que nos ilusionamos, terminando en intentos fallidos, con generalizaciones como: “la verdadera amistad no existe, todos los hombres son iguales, ya no se puede confiar en nadie, las personas que deberían darte la mano son las que te apuñalan”.

Con todo, no podemos simplemente huir de las personas y abstenernos de relacionarnos, pues fuimos diseñados como seres sociales, creados con una necesidad de compañerismo mutuo. Originalmente nuestra primera relación fue directamente con Dios, por lo que necesitamos remontarnos a los orígenes de nuestra historia para comprender el dilema de nuestras relaciones rotas y encontrar una solución.

Los primeros capítulos de Génesis nos cuentan que nuestra relación con Dios era en armonía perfecta, pero el hombre decidió quebrantar la obediencia y la confianza de su relación con El Creador. La separación de Dios produjo una catástrofe.

Al rechazarle como la fuente de bondad y verdad, Adán y Eva decidieron sobre lo que era bueno y verdadero, aquí radica el origen del conflicto extendido generación tras generación; el efecto del pecado sobre la humanidad sigue produciendo hoy seres humanos que determinan según sus parámetros lo que es verdadero y bueno, relacionándose con otros en la misma condición, asegurando que sus relaciones se encontrarán en conflicto, pues nunca podrá establecerse un acuerdo sobre la verdad.

Cualquier solución que queramos establecer para resolver un conflicto será siempre temporal y superficial, a menos que tratemos con la raíz de nuestro problema: reconocer nuestro error y dejar que Dios sea quien marque la pauta.

Nadie tiene la capacidad de resolver el problema del pecado y el quiebre de nuestra relación con Dios, solamente Él: desde el origen del conflicto se anticipó a preparar la solución. Cristo Jesús, Su Hijo, quien vivió una vida de perfecta armonía con El Padre, vino a establecer un nuevo pacto de relación directa con Él, una puerta de oportunidad, para que cualquiera que le acepte como El Mediador de la verdadera paz, pueda acercarse a Dios en total libertad, sin una conciencia de culpa y vergüenza, sino con arrepentimiento y fe.

Las palabras de Jesús son claras:

 

Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, mi palabra guardará;

y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él.

Juan 14:23 RVR60

 

La puerta de oportunidad para relacionarnos en armonía con Dios depende de cuán dispuestos estemos a renunciar a nosotros mismos y a nuestros afectos, para redirigirlos y unificarlos hacia Él sometiéndonos en obediencia. Es decir, restringiendo nuestra capacidad de decisión sobre lo que es bueno, para dejar que Él sea quien decida por medio de Su palabra lo que está bien y lo que está mal, lo que es verdadero y lo que es falso.

La persona que elige entonces a Dios por encima de otras prioridades, que obedece Su verdad y bondad, es aquella que experimenta Su cercanía, Su cuidado y Su corazón. La relación con Dios que nos promete Jesucristo por medio de Sí mismo, es la única que nos otorga salvación, reestablece nuestra confianza y nos permite proyectar un Vida Eterna. Es lo que siempre hemos deseado y por lo que estamos desesperadamente necesitados.

Nuestra relación con Dios es la base para que el resto de nuestras relaciones humanas sean no perfectas, pero sí satisfactorias. ¡Quédate con nosotras las próximas semanas y descúbrelo a través de nuestro estudio: “Creadas para relacionarnos”!




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