Alma mía,
espera en silencio solamente en Dios, pues de Él viene mi esperanza.
Solo Él
es mi roca y mi salvación, mi refugio, nunca seré sacudido.
En Dios
descansan mi salvación y mi gloria; la roca de mi fortaleza, mi refugio está en
Dios.
Confíen
en Él en todo tiempo, oh pueblo, derramen su corazón delante de Él;
Dios es
nuestro refugio.
Salmo
62:5-8 NBLA
La frase esperar
en Dios es sencilla de decir, mas no siempre fácil de vivir. Confiar en
Dios en todo tiempo puede volverse una acción complicada cuando los tiempos no
son precisamente buenos, cuando urgimos una respuesta que parece retardarse o
no llegar. Y es que confundimos el esperar, creyendo que es un acto pasivo cuando
realmente es una maravillosa oportunidad de operar la fe, con certeza y
convicción en el alma hacia aquello que no vemos, pero que sin dudar podemos aguardar.
Cuando el alma espera,
puede abatirse, entristecerse e inquietarse; nuestra respuesta humana en la
espera nos lleva a la aflicción con facilidad. Aguardar no siempre es un
ejercicio cómodo, requiere esfuerzo y dosis grandes de paciencia. Esperar llega
muchas veces a desesperar, sobre todo en un mundo que nos vende la falsa idea
de poder obtenerlo todo rápido y al menor esfuerzo. Hoy el ser humano es menos
tolerante a esta acción que puede traer tanto propósito a la vida.
El tiempo actual nos brinda
cada día ofertas de frustración, preocupación y estrés. En medio del caos y el
bullicio mundano se torna difícil escuchar el susurro apacible de nuestro
amoroso Dios, el que habla al oído de nuestro corazón palabras de paz, confianza
y tranquilidad. Nuestro fiel Pastor sigue anhelando llevarnos a pastos
delicados que nos dan el descanso que necesitamos en períodos de aflicción, a
aguas de reposo que nos otorgan momentos que confortan nuestra alma y nos
sostienen en la prueba.
David conocía la
turbación del alma, enfrentó peligros reales y pruebas dolorosas, que sin duda
generaron en su corazón temor, desánimo y desesperanza en más de una ocasión.
Sin embargo, escribe este precioso Salmo que nos da a conocer la fuente de su
esperanza, de su paz y de su fuerza. Reconoce de una manera dulcemente
convencida que Dios es su lugar seguro, su refugio, su roca y su salvación.
Reconoce que, en la fidelidad de Su amor, su alma podía descansar
confiadamente.
En las circunstancias de
la vida que sacuden nuestro ser, podemos hallar calma, reposo y aliento en Su
dulce y poderosa presencia, en Su regazo seguro que es la Roca Firme de
nuestras vidas, en Sus promesas llenas de bien que son vida y sostén; en el
recuerdo de un sacrificio lleno de amor y redención que precedió a una
manifestación llena de poder que hoy es el ancla de nuestra fe y la razón de
nuestra esperanza.
Nuestra espera puede
apoyarse con quietud y confianza absoluta en Jesús, Él es la causa fundamental
de nuestra esperanza, Él es lo único que vale la pena anhelar y aguardar;
nuestro Salvador, a quien, aunque hoy no vemos, tenemos la certeza de encontrar
en la eternidad que Él mismo aseguró para nosotros.
Es seguro esperar en
silencio, si lo hacemos solamente en Dios, reconociendo que Él es la esperanza,
nuestra más cierta esperanza, nuestra roca y nuestra salvación; el refugio
dulce y fiel de nuestras vidas. Es posible hallar
esperanza en la espera, descansando en Su gracia, encontrando en Sus promesas
la fuerza que el alma necesita para vivir esta vida con la certeza de una vida
eterna.
¡Espera
en el Señor!
¡Esfuérzate
y aliéntese tu corazón!
¡Sí,
espera en el Señor!
Salmo
27:14
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