Separada por y para Dios


 

¿Cuántos trapos de limpiar existen en la cocina de tu casa? ¿Se usan todos para una misma cosa o cada uno tiene usos diferentes? ¿Qué pasaría si quisieras limpiar el licuado de avena regado en el piso con el trapo de limpiar las copas?

 

En el Antiguo Testamento Dios también ordenó preparar diferentes tipos de utensilios exclusivos para el uso en el tabernáculo que no se podían tomar prestados por un momento o darle otro uso que no fuera el designado. Se puede decir que todos estos artículos estaban separados para un propósito específico, este es justamente el significado que se le atribuye a la palabra consagrar: apartar del resto con un fin generalmente religioso, es decir, dedicado para Dios. Todas estas normas de dedicación eran parte del libro de la ley de Dios.

 

Años después de que estas leyes se escribieran, Dios le mandó a Josué leer y obedecer el libro de la ley constantemente. El trabajo encomendado a Josué no era planear las estrategias de ataque ni entrenar a su equipo. Su trabajo era sencillo: leer y obedecer, pero se requería valentía y firmeza para ser fiel a los mandamientos de Dios.

 

Josué no solo debía leer todos los días las instrucciones de limpieza de cada utensilio del tabernáculo y cuidar que se le estuviera dando el uso adecuado, las normas de limpieza se extendían hasta los levitas, sacerdotes y todo el resto del pueblo de Israel, trascendiendo hasta sus corazones. Ellos debían cuidar su limpieza física y moral constantemente y para eso debían conocer las instrucciones de Dios, entender que las consecuencias de su impureza los llevarían al alejamiento de Su presencia y por ende, la derrota sobre sus enemigos. Dios quería hacerles entender que solo en dependencia de Su palabra en sus corazones, más que en el acatamiento estricto de sus purificaciones externas, se podría obtener la victoria.  

 

Tristemente, al leer el libro de Josué nos damos de cuenta que el pueblo no pudo mantener la limpieza moral y, a causa de un solo hombre lleno de codicia, experimentaron la derrota en una de sus batallas.

 

La historia de Israel nos apunta hoy a una esperanza sobrenatural que no se basa en nuestro esfuerzo por mantenernos separadas del pecado para vivir para el propósito de Dios en nuestras vidas. Gracias a Dios tenemos a Jesucristo, Su Hijo, quien fue voluntariamente castigado en cuenta de nosotras para que ahora tú y yo podamos vivir vidas limpias, separadas del pecado y consagradas completamente para Dios y Su propósito. En Cristo tenemos una nueva identidad de hijas santas, podemos vivir vidas que glorifican Su nombre.

 

Quizás tú, como todos los creyentes, experimentes períodos de sequedad espiritual o tentaciones que te alejan de Dios; pareciera que en tu vida domina más el pecado que el poder del Espíritu Santo, puedes llegar a pensar que ya no eres hija y por lo tanto te sientes indigna.

 

Es allí donde en lugar de cerrar la Palabra de Dios necesitas priorizarla como Josué, con determinación y valentía para leerla una y otra vez hasta reconocer en sus páginas Su esencia: el amor incondicional de Dios, quien, a pesar de saber de antemano cada pecado cometido y cada esfuerzo inútil por sacarlo de tu corazón, te amó enviando a Su Hijo para clavarlo en tu lugar, entonces, sosteniendo esta verdad con valentía y convicción es que puedes luchar y vencer el pecado. 

 

Es porque Cristo ya pagó el costo de nuestros platos rotos que ahora podemos vivir vidas apartadas para Él dándole prioridad a Su palabra y no al revés.

 

“Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que está escrito en él,

porque entonces harás prosperar tu camino y todo te saldrá bien”.

Josué 1:8 RV2020




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