Una cena especial

 


Mientras comían, Jesús tomó pan, y habiéndolo bendecido, lo partió,

y dándoselo a los discípulos, dijo: Tomen, coman; esto es Mi cuerpo.

Y tomando una copa, y habiendo dado gracias, se la dio, diciendo: Beban todos de ella;

porque esto es Mi sangre del nuevo pacto,

que es derramada por muchos para el perdón de los pecados.

Juan 26:26-28

 

Panes sin levadura y vino servidos en la mesa, en la última cena con el Maestro para celebrar la pascua, la noche en la que sería entregado. Palabras muy especiales e instrucciones precisas dichas por Él a Sus discípulos, las cuales no entenderían en ese momento, sino tiempo después.

 

El pan fue partido y entregado por Él, tal como sería entregado Su ser entero en un futuro bastante próximo; hablaba de Su cuerpo sin que lo comprendieran, porque en ese momento estaba frente a ellos. Se refirió a Su sangre que sería derramada como parte del nuevo pacto, tampoco supieron a qué se refería. Sin embargo, comieron, como muchas veces después lo harían, en memoria de Él. 

 

Su cuerpo sería aquel pan que daría vida cuando nuestra paga era la muerte, el vino sería Su sangre derramada para limpiarnos del pecado. Él sería el cordero inmolado que entregaría todo por salvar a la humanidad de una condena perpetua, llevándonos a través de Su resurrección, a una vida a Su lado por la eternidad. Aquella cena aseguraba la redención de nuestra condición de pecado, la reconciliación del hombre con Dios y la libertad que nos da unirnos a Él, gracias a Su sacrificio de amor.

 

Y aquella que fue una celebración de la pascua, es hoy la celebración de todo un pueblo cristiano que puede permitirse a través de ella una comunión con Él y con los hermanos, en el recuerdo del nuevo pacto hecho a través de Su cuerpo. En esa conmemoración no solamente se halla la certeza del perdón y la vida eterna, sino fuerza,  ánimo, paz, descanso, gozo, esperanza y luz. El seguir esta preciosa indicación del Salvador trae a nuestras vidas inmensa bendición.

 

Era necesaria esta instrucción, que nos lleva a una práctica que se reviste de obediencia en amor y gratitud, para recordar el evento que nos salvaría de la muerte para darnos vida, el mismo que hoy nos permite caminar confiados cada senda que la vida ponga frente a nosotros, con nuestros ojos puestos en Él, quien es el Autor y el Consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de Él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios (Hebreos 12:2).

 

A partir de esta consciencia, podemos tener claro que este regalo de comunión debe recibirse y aplicarse con un corazón obediente, totalmente dispuesto a rendirse ante Su voluntad, a entregarlo todo delante de Él, pues Él lo dio todo por amor a nosotros.

 

Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que Él nos abrió a través del velo, esto es, de Su carne,

y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios,

acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe,

purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura.

Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es El que prometió.

Hebreos 10:19-23

 

La Cena del Señor es la memoria de Su amor, de Su quebrantamiento que nos da redención, de la esperanza que nos aguarda para siempre con Aquel que nos dio la salvación.




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