Allí estaba ella, con ganas de llorar y de que se la tragara la tierra por
la vergüenza que sentía. Llena de miedo en su corazón, rodeada por una multitud
que la miraba con desprecio, se escuchaban también las murmuraciones de sus
acusadores. Realmente era una escena muy tensa. Lo que hizo no estaba bien,
había sido sorprendida en adulterio y merecía un castigo severo: la muerte.
Pero entre la multitud, la luz que traería esperanza y consuelo estaba
presente: Jesús.
¿Cuántas veces nos hemos sentido como la mujer adúltera, atrapadas en
nuestro pecado, llenas de vergüenza, culpa y temor? ¿Cuántas veces hemos
juzgado a otros sin reflexionar sobre nuestras propias faltas?
Muchas veces, ¿verdad? Sin embargo, todas estas posiciones tienen algo en
común: el pecado y la necesidad de perdón y restauración en nuestros corazones.
El pecado nos llena de vergüenza y humillación, con consecuencias
devastadoras en nuestras vidas. Nuestro corazón y nuestro pecado quedan
expuestos delante del Señor, nada está oculto a Sus ojos. Pero allí está Él,
dispuesto a cubrirnos con Su compasión y misericordia, como nuestro abogado
defensor, consciente de nuestra debilidad; con Su brazo extendido, nos abraza y
nos da palabras de ánimo y fortaleza para avanzar con la frente en alto, no por
orgullo, sino por la gracia con que nos ha perdonado y con la convicción de Su
obra transformadora en nuestra vida.
El Señor hoy nos llama a ver muy dentro de nuestro corazón. Nos invita a
ponernos a cuentas con Él, a estar a solas en Su presencia en arrepentimiento y
dejar que Su palabra nos confronte, nos limpie y nos transforme. Esos
encuentros a solas con El Señor traen restitución, quitan la vergüenza, la
culpa y en su lugar nos llena de Su compasión, perdón y restauración.
En el Salmo 103 encontramos una muestra del inmenso amor de Dios para
nosotras. Así como con la mujer adúltera, El Señor ha rescatado nuestra vida
del hoyo, ha colocado una cerca de protección a nuestro alrededor y nos ha dado
una nueva oportunidad de vida. ¿De dónde te ha sacado El Señor? Toma un minuto
de tu tiempo, pausa esta lectura un momento y recuerda cuánto te ha perdonado
el Señor y cuánto te ha dado. Ha sido mucho, solo por Su gracia.
Tan bueno es El Señor que no dimensionamos cómo sale a nuestro encuentro
y con cuánto amor y compasión nos ayuda a restaurar nuestro corazón que ha sido
manchado por el pecado.
Su más grande provisión ha sido entregar la vida de Su Hijo por amor a
nosotras a fin de que nuestro pecado fuera borrado, echado lejos y removido de
nuestras vidas. Ya no necesitaremos cargar en nuestra espalda el pasado, puesto
que Dios perdona y olvida. Dios ha dejado limpia nuestra cuenta, solo nos pide
alejarnos de aquello que nos contamina y nos aparta de Su presencia.
Un corazón transformado por la gracia de Dios caminará siguiendo Sus
instrucciones. Vivirá una vida apartada para Él. Dejará atrás el pecado y la
contaminación para disfrutar la libertad. Sabiendo que ha sido perdonado,
mostrará ese perdón a quien lo necesite, experimentará la libertad por la
redención y la consolación que ha recibido y llevará a otros a la esperanza de
vida que es Jesús. Reconocerá que ya no hay cadenas que lo aten al pecado ni al
pasado porque Cristo las rompió con Su sangre en la cruz. Utilizará la
libertad, no para hacer lo que desee, sino para hacer la voluntad del Padre.
Dios transforma nuestras experiencias pasadas
en oportunidades para un futuro lleno de esperanza.
Cada día es un recordatorio de la nueva oportunidad de
vida que tenemos en Jesús.
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