Hace poco estuve conversando con una amiga y ella me mostraba cómo su pequeño bebé de casi un año disfruta rayar los cuadernos donde ella hace sus devocionales. Aunque puede parecer una travesura, en realidad esto nos muestra algo mucho más profundo: este bebe está imitando lo que ve, está reflejando el hábito de su mamá de pasar tiempo con El Señor.
Y es que así somos, imitamos aquello que admiramos, lo que tenemos cerca, lo que vemos constantemente. Pero cuidado con esto, porque según a quién miremos e imitemos, se determinará si vamos por caminos de vida o de destrucción.
El capítulo 5 de Efesios nos llama a ser imitadores de Dios. Y esto no es como cuando copiamos una moda solo para encajar o impresionar, nada de eso. Se trata de algo mucho más profundo: una relación viva y real con Él. Ya que, al pasar tiempo con Jesús, al contemplar Su palabra y al buscar Su presencia, poco a poco vamos siendo transformados y Su gloria resplandecerá en nosotros.
El pasaje también nos da una advertencia:
“Por tanto, tened cuidado cómo andáis; no como insensatos, sino como sabios,
aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos”
Efesios 5:15-16 NBLA.
La verdad es que, si nos ponemos a pensar, nos damos cuenta de que nuestro tiempo aquí en la tierra es corto, muy corto. Por eso no podemos darnos el lujo de vivir distraídos, copiando lo que el mundo hace o de conformarnos con una fe “light”. Hoy en día todo a nuestro alrededor grita: “vive tu vida, solo tienes una”, “haz lo que te haga feliz”, “sigue a tu corazón”. Suena motivador, ¿cierto? Pero si lo pensamos bien, no es tan inofensivo como parece. La Palabra de Dios nos recuerda que fuimos rescatados de la oscuridad, y que ahora andamos como hijos de luz.
Efesios 5 nos señala nuestra nueva identidad en Cristo: somos hijos amados, hijos de Luz. Por lo tanto, vivir desde esta identidad implica que nuestras acciones, nuestras palabras, nuestras relaciones interpersonales, deben dar a conocer que somos de Él. Ya no somos esclavos del pecado ni de este mundo, somos hijos de Dios. Esta es la verdad que debe marcar la diferencia en cómo usamos nuestro tiempo, cómo tratamos y nos relacionamos con los demás y cómo enfrentamos nuestras luchas diarias.
No se trata de vidas perfectas. Se trata de vivir rendidos al Señor, amando como Cristo amó: con entrega, con servicio, con sacrificio. Respetando como la Iglesia respeta a Cristo: con confianza, humildad y obediencia. Nuestra vida, con sus pequeños detalles y decisiones, es el lugar donde mostramos realmente a quién estamos imitando.
El pastor John MacArthur lo expresó de manera muy clara:
“La iglesia de Cristo es su cuerpo encarnado actualmente en la tierra. Esta encarnación externa de Cristo es lo único que el mundo ve de Él. En consecuencia, la iglesia debería tener la misma plenitud y estatura que Cristo tuvo cuando ministró en la tierra. Cuando la iglesia no es fiel, la visión que el mundo tiene de Cristo se distorsiona, la iglesia es debilitada, y el Señor es deshonrado.”
Eso nos debe llevar a reflexionar: ¿qué imagen está proyectando nuestra vida hoy? ¿Las personas ven a Cristo en nuestras acciones, o ven otra cosa?
Vivir desde la identidad en Cristo, se trata de recordar cada día que somos Sus hijos amados,
llamados a imitar a nuestro Padre celestial, conscientes de que nuestra vida aquí es pasajera
y de que lo que hacemos hoy trasciende en la eternidad.
Pidámosle al Señor que cada día nuestra vida sea un reflejo más claro de Él.
0 Comments