Detrás de muros y filtros


¿Alguna vez te hicieron una promesa y no la cumplieron? o ¿alguna vez hiciste tú una promesa y no la cumpliste? Es casi seguro que todas podríamos responder afirmativamente a ambas preguntas. Y es que a lo largo de nuestra vida recibimos y realizamos promesas que no llegan a cumplirse. Jesús, antes de ir a la cruz, recibió una promesa de algunos de sus discípulos más cercanos: Pedro le prometió que jamás lo abandonaría, “yo iré hasta la muerte contigo”, fueron sus palabras; conocemos esta historia: Pedro negó a Jesús, no una sola vez, sino tres veces antes que el gallo cantara. (Lucas 22:31-34; 54-62)

Imaginen la vergüenza que experimentó Pedro luego de haber fracasado en su promesa, tal como El Señor Jesús lo había anticipado. La Biblia dice que Pedro después de recordar sus palabras lloró amargamente. Aquella escena no es muy lejana a lo que sucede con nosotras después de incumplir una promesa al Señor. Quizá le habías prometido que dejarías de ver a aquella persona o de hacer aquella actividad que te aleja de tu comunión con Él; de pronto pasan uno o dos días luego de haber hecho esa promesa y te encuentras nuevamente en ese lugar, haciendo lo que dijiste no harías más. Pedro, al sentir la vergüenza de su promesa no cumplida, se exilió a sí mismo, regresó al lugar de donde El Señor le había sacado, regresó a su lugar seguro: su barca. Nosotras también solemos refugiarnos de nuestras vergüenzas en lugares que llamamos “seguros”, esos lugares pueden ser tu habitación, tu teléfono móvil o las redes sociales, por ejemplo.
La vergüenza hará hasta lo imposible para sembrar mentiras en tu mente y en tu corazón, susurrando a tu oído pensamientos como: “no vales nada”, “no eres digna”, “no eres suficientemente capaz”, “no eres suficientemente bonita”, entre muchos otros.   

La vergüenza tiene maneras creativas de aparecer en nuestra vida y no solo se manifiesta por promesas no cumplidas. Quizá apareció en tu vida cuando eras apenas una niña, probablemente por el abandono de tus padres, por algún tipo de abuso que haya lastimado tu alma o incluso tu cuerpo, tal vez cuando aquella profesora te ridiculizó porque no pudiste resolver una tarea, o porque tus compañeros de escuela se burlaban por tu apariencia física, quizá porque aquel novio te dejó… ¿Te das cuenta querida amiga? ¡Cuán creativa puede ser la vergüenza para aparecer en nuestra vida! Y mientras nosotras le demos cabida en nuestra mente, nos hallaremos regresando al lugar de donde fuimos redimidas por Cristo, buscando dónde escondernos. Podemos hacerlo tal vez detrás de un muro de Facebook, los muros pueden servir para eso algunas veces. De pronto un filtro de Instagram, ellos nos ayudan a cubrir las “imperfecciones”.

Pablo dijo: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.” (2 Corintios 5:17). En el momento de la salvación nuestra vida es restaurada, pasamos de muerte a vida, de ser esclavas a ser libres en Cristo. Tenemos que empezar a vernos como Dios nos ve, tenemos que confiar en nuestra nueva identidad como Sus hijas amadas.

Quitémosle el poder destructivo a la vergüenza sobre nuestra vida, destruyamos los muros que nos esconden, los filtros que cubren nuestras imperfecciones. Vayamos a la Cruz, tal y como somos, para ver la obra transformadora de Cristo en nuestro ser. Concentrémonos en el amor del Padre por nosotras; porque mientras más cerca permanezcamos de Él, empezaremos a vernos como Él nos ve: perdonadas, redimidas, amadas, ¡libres en Cristo! 

"Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres." 
Juan 8:36





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