Hace una semana vi un video
donde una chica sufría acoso escolar (bulliyng), sus compañeros la hostigaban y
se burlaban de su apariencia; siempre que podían le tomaban fotografías con el
fin de compartirlas en las redes sociales para mayor mofa y escarnio. Lamentablemente,
la muchacha no habló con ningún familiar acerca de lo que estaba ocurriendo con
sus compañeros en la escuela, tampoco realizó ninguna denuncia del hecho a
ninguna autoridad.
A menudo suelen decir que la
escuela es como un segundo hogar, lo mismo dicen de la iglesia y del trabajo, donde
todos supuestamente son hermanos y hermanas, compañeros y compañeras. Sin
embargo, debemos reconocer que en esos lugares donde las personas deberían ser “familia”,
alguien en algún momento ha sido o está siendo afectado por un espíritu
destructivo, de resentimiento, de venganza y presión, un espíritu de odio que
conduce a algunos a tener historias con trágicos finales. Tenemos que ser
sinceras en reconocer que en algún momento ese espíritu pudo haber actuado en
nosotras y/o a través de nosotras mismas; no somos perfectas, como ninguna
persona a nuestro alrededor lo es. Las
personas hacen cosas que enfurecen, decepcionan y lastiman. No podemos ver el
corazón del otro, pero muchas veces asumimos que algunas personas merecen ser
tratadas de cierta forma o que nuestras bromas no afectarán en lo absoluto a
nadie.
Querida amiga, cuando se
trata de ridiculizar, guardar rencor, murmurar, criticar, ignorar o querer
causar daño a alguien, por favor ¡detente! Y si no eres tú la agresora, por
favor ¡detén al agresor!
Si eres víctima, debes ser valiente para
buscar los medios para protegerte, comunicar y denunciar cualquier tipo de
abuso, sea físico, verbal (psicológico), o ambos. Es muy importante no mantener
el silencio, pretendiendo ser “valientes”; ser valiente en estos casos, es
denunciar al agresor o agresora. Buscar personas de confianza: hermanos,
profesores, líderes de iglesia; si hubiera daños graves en tu vida, buscar
ayuda en especialistas, en las autoridades locales de tu ciudad. Pero, sobre
todo, tal como lo hizo El Señor Jesús, acude al mayor de los especialistas, al
Padre Celestial, a quien le interesa tu causa.
Mi dulce amiga, tal vez te hayas
edificado como una acosadora y quizá
justo ahora te encuentras atravesando un círculo vicioso, en el que muchas
veces movida por tus heridas hieres a otros, hiriéndote nuevamente. Lejos de
satisfacer tu necesidad acumulas culpa y vacío en el alma. ¿Quién podrá
ayudarte? La mejor manera de iniciar es sanando el corazón, cuán importante es
lo que está ocurriendo en él, en tu interior, mucho más de lo que está sucediendo
afuera, en las calles, en la escuela o el trabajo… “¿De
dónde vienen las guerras y los conflictos entre vosotros? ¿No viene de vuestras
pasiones que combaten en vuestros miembros?” Santiago 4:1. Las hijas de
Dios hemos sido llamadas a amar a nuestro prójimo y cuidar de los más débiles,
nunca a intimidar o manipular a nadie. Confiesa este pecado que te separa de tu
Padre amoroso y te aleja cada vez más de la satisfacción que anhelas.
Hoy te reto a formar parte
de aquellas mujeres que han decidido ser valientes para hablar con sus padres,
líderes, maestros o con las autoridades de su ciudad acerca de las
intimidaciones que se están tolerando; puedes llegar a ser aquella que da la
mano a otros que están sufriendo rechazo, burlas o bromas pesadas. Es tiempo de
responsabilizarnos de nuestras actitudes hacia los demás, disponiendo el corazón
para pedir perdón a quien hemos ofendido, oyendo la tierna voz del Salvador que
nos reitera que nos amemos los unos a
los otros como Él nos ha amado (Juan 13:34).
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