En la víspera de Su crucifixión, Jesús dedicó tiempo a orar por todos los creyentes. Oró para que los que habían depositado su fe en Él permanecieran en Él. El amor que los creyentes se tienen unos a otros refleja el amor que el Padre tiene por el Hijo y por el mundo.
El amor de Dios por el mundo es la razón por la que envió a Su Hijo, Jesús, para ser un sacrificio por nuestro pecado. Jesús mostró el amor de Dios al mundo cuando dio Su vida para salvar a los pecadores. Juan 15:13 dice: “Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos”. El sacrificio de Jesús fue el máximo ejemplo de amistad amorosa. Nos amó tanto que murió para que pudiéramos vivir con Él para siempre.
Fuimos diseñadas para ser parte de una comunidad y para la amistad. Dios creó a la humanidad en el contexto de que pudiera relacionarse con Él y con los demás. Aunque ir por la vida solitaria pueda parecer más sencillo y libre de dolor, fuimos creadas para caminar en comunidad. No podemos sobrevivir los unos sin los otros. La manera en la que nos cuidamos y llevamos las cargas de los demás muestra al mundo el amor de Cristo.
Debemos estar en guardia contra las artimañas del enemigo, que siempre espera destruir nuestras amistades y crear disensión y desunión dentro del cuerpo de Cristo. En este estudio de seis semanas, vamos a indagar cómo es tener amistades que honran a Dios y cómo podemos reconocer amistades nocivas y peligrosas.
La Amistad es una gran provisión que Dios nos ha dado. Y en nuestro caminar, necesitamos amistades guiadas por la Palabra de Dios, que nos ayuden a crecer en nuestra relación con Dios, permanecer firmes en las pruebas, y combatir las artimañas del enemigo. Jesús vino a hacerse amigo de los pecadores, incluidas nosotras, y a ministrarnos. Aunque nuestras amistades nunca serán perfectas, podemos seguir edificando a los demás, pidiendo y ofreciendo perdón a menudo, y dejando que nuestras amistades sean un testimonio brillante de la Buena Nueva del Evangelio de Jesucristo.
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