En mi mente el amor se tiñe de un rojo intenso, porque es entregado, es sacrificial y es apasionado. En cambio, la fe es azul, ella es fuerte y decidida, es el símbolo de la estabilidad y el valor.
La esperanza es
diferente, aunque muchos la pintan de verde porque nos recuerda el maravilloso
renacer de la primavera, en mi mente no es así. Cuando pienso en ella la percibo
de color amarillo, porque me sonríe, sobre todo cuando mis circunstancias son
grises y opacas. Guarda en sus bolsillos rollitos de palabras, que cuando me
las como me saben a miel y no se cansa de repetirme que el gozo del Señor es mi
fortaleza.
La esperanza es de
color amarillo penetrante, como si fuera oro… bueno, es que de verdad es oro,
porque cuando voy caminando por valles de sombra y de muerte, ella me acompaña
fielmente, a medida que los miedos se me hacen más intensos, esos momentos en
donde la confusión me hace perder de vista el camino y además se me acaba la
fe, es ahí cuando valoro mucho más la compañía que me brinda la esperanza, no
encuentro otra opción que aferrarme a ella y mientras más fuerte la agarro, la
conozco más de cerca.
Parece que ella no
entiende lo que es la frustración, la derrota o el desánimo, no alcanza a
comprender lo que significa ser esclavo o sentirse condenado. En ocasiones
llego a pensar que la esperanza nunca sufrió una desilusión, por eso se ve
siempre viva, amarilla y sonriente.
No solamente me ayuda
a recobrar el ánimo, sino que hay temporadas de mi vida en que ella cambia de
color, se vuelve blanca. Se me ocurrió pensar que es blanca porque parece muy
inocente e ingenua frente a la vida, yo suelo forzarla exponiéndole mis razones,
esas por las que no debe ser tonta, debe darse cuenta de la realidad del mundo
en el que vivo. Sin embargo, en los buenos años que llevamos siendo amigas, me
he percatado de que tiene todas las razones del mundo para ser blanca, porque
es verdadera; sus blancas palabras pregonan las perfectas promesas de Dios que
infunden nuevo aliento y paz, por eso sé que habla muy en serio cuando se
colorea de blanco. Y cuando lo hace, yo tengo que callar.
Él me regaló la
compañía de esta inseparable amiga gracias a que Su Hijo hizo un intercambio
conmigo, me ofreció llevar mis cargas y pecados y a cambio me ofreció una vida
nueva en amistad con Su Padre. ¡Por supuesto que acepté! y desde ese día en
adelante me acompañan infinitos regalos de Dios. Debo admitir que todos los
regalos de Dios son indescriptiblemente maravillosos, pero les confieso que con
la esperanza hemos hecho una entrañable amistad, agradezco a Dios habérmela
prestado en mi viaje terrenal, ella no se cansa de apuntar mis ojos hacia lo
eterno, hacia Dios mismo.
Hoy sé que la
verdadera esperanza de color blanco y amarillo no es más que la personificación
de la pureza y la majestad de Cristo, acompañando mis pasos debajo del sol en
dirección al más allá del sol.
“Y el Dios de la esperanza los llene de todo
gozo y paz en el creer, para que abunden en esperanza por el poder del Espíritu
Santo”. Romanos 15:13
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