Y
el Señor le dijo: “¿Tienes acaso razón para enojarte?”. Jonás 4:4 NBLA
Todos tenemos el maravilloso regalo de Dios de sentir, son esas reacciones
a las cosas que nos suceden a lo que llamamos emociones. Todas las emociones
son importantes, incluso el enojo. En toda su variedad podemos encontrarnos desde
un disgusto hasta una incontrolable furia.
Reaccionamos con enojo cuando sentimos que las circunstancias son injustas,
cuando nos sentimos agredidos por otras personas o porque sobrepasaron nuestros
límites. Como ves, esta emoción es muy importante porque funciona como una
alarma interna que, cuando se activa, nos prepara para la defensa y coloca
todos nuestros sentidos en estado de alerta. El problema con el enojo existe
cuando hacemos una mala gestión de este, convierte en algo destructivo para
nosotras y para los que nos rodean. Por un lado, podemos dejarlo actuar
impulsivamente desencadenando agresiones de todo tipo o, por el otro, si no nos
permitimos sentirlo, se acumula internamente hasta que explota como un volcán en
situaciones inapropiadas para expresarlo, exteriorizándose en forma de
enfermedades.
En la Biblia encontramos a un hombre muy enojado, Jonás, un profeta de Dios,
que entra en conflicto con Dios pues no está dispuesto a obedecer Su mandato de
advertirle a la ciudad de Nínive que será destruida por su pecado y que
necesitan arrepentirse. No es sino hasta el final del libro de Jonás que
sabemos la causa: él está muy enojado con Dios por demostrar Su amor a personas
que él piensa que no merecen ser amadas por Él.
Siguiendo el hilo de las acciones del profeta, en las que escapa a Tarsis, vemos
que pide que lo arrojen al agua para morir, e incluso le pide a Dios que lo
mate; podemos notar su incapacidad para gestionar de manera saludable lo que
está sintiendo. Su enojo contra Dios provoca una serie de reacciones impulsivas
que lo llevan hacia su propia destrucción, sin mencionar el peligro al que
expone a los tripulantes de la embarcación.
Jonás necesitaba detenerse para reflexionar sobre la causa de su enojo y si
realmente valía la pena. Es aquí donde podemos ver a Dios ayudándole a lidiar
con él, al hacerle una pregunta: “¿Es válida la razón de tu enojo?”. En esta pregunta vemos que Dios no anula la emoción que embarga al profeta, más bien, lo guía a darle un
sentido razonable a esta, sentido que involucre la reflexión y en consecuencia el
tomar acciones más constructivas.
Dios, junto al
enojo, nos deja la capacidad de razonar, por eso la pregunta a Jonás también
nos sirve cuando sentimos que la avalancha de ira nos sobrepasa con impulsos
autodestructivos.
Permitirte
sentir enojo no justifica tus acciones violentas. El enojo contiene en sí mismo
una fuerza que bien canalizada, te permite defender y luchar por aquello que
amas y valoras, por eso siéntelo, piénsalo, medítalo, razónalo, háblalo con
Dios y con personas de confianza, escríbelo, píntalo y en un contexto de calma
busca buenas respuestas para ese enojo que honren a Dios y que te produzcan
crecimiento.
Parte de procesar
el enojo es aceptar lo que no puede ser. Dios no le concedió a Jonás cumplir sus
deseos destructivos hacia él mismo y hacia los ninivitas, sino que lo llevó a
aceptar Su misericordia soberana y a aceptar también el hecho de que las cosas
no son siempre como nosotros queremos. Con todas las emociones que implican
aceptar esto, podemos confiar en que, aunque nos parezca injusto, Dios siempre
es bueno y siempre obrará a nuestro favor.
“Enójense,
pero no pequen; no se ponga el sol sobre su enojo”.
Efesios 4:26 NBLA
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