¿Alguna vez te has imaginado a una
persona recibiendo la sorpresa de su vida, el regalo más anhelado, el premio a
su esfuerzo, el logro que perseguía y, al mismo tiempo, a alguien diciéndole:
recíbelo, pero ¡no te alegres!? Suena ilógico, ¿no?
Qué tal de aquella persona que
pierde algo grande y amado en su vida… o aquella que es víctima de ofensa o
burla, o la que es sorprendida por un evento fuerte o traumático que no
esperaba. ¿Podríamos decirle a cada una de estas personas que no sientan y no
expresen nada? Es más que claro que la respuesta es un rotundo NO.
Nuestra humanidad nos lleva a
reaccionar ante los estímulos de nuestro entorno. A esa respuesta que genera en
nosotros cambios fisiológicos, mentales y conductuales, podemos llamarle con
toda confianza emoción.
Es muy importante hablar de
emociones, pues son parte esencial de nuestro ser, esa parte vital de nuestro
diseño que fue creada por Aquel que también siente y que, por esa razón, nos
hace saber que somos hechos a Su imagen y semejanza.
Pasa que existe la tendencia de ver
mal a las emociones, de juzgarlas como algo negativo en nuestras vidas. Pero,
si lo pensamos bien, al no tenerlas, seríamos similares a una pared, una piedra,
o de pronto un robot. Hay algo lindo en ellas: nos permiten reaccionar, nos
permiten movernos (de hecho, este es el origen de la palabra emoción), ellas nos
permiten aprender y relacionarnos con los demás para actuar.
Existen 6 emociones que podríamos
llamar mundiales, pues podemos ver a cualquier persona sobre nuestro planeta,
con distintos rasgos y matices diferentes entre sí, expresando de la misma
manera, a través de gestos faciales, emociones que son denominadas básicas,
siendo ellas: alegría, tristeza, ira o enojo, temor, sorpresa o susto y desagrado
o asco.
Y eso somos, seres humanos que en su
interior desatan una serie de elementos físicos y psicológicos que resultan en
acciones que derivarán en consecuencias que vienen de vuelta, de acuerdo con
nuestra respuesta. Es aquí de pronto, donde debemos hablar de la expresión de
estas, de la importancia de conocerlas y reconocerlas en nosotros para poder
gestionarlas de la mejor forma posible. Y esta es la parte que muchas veces se complica
en nuestra débil humanidad.
La parte linda es saber que, en el
corazón y en la mente de nuestro Creador surgió la idea de las emociones, esas
que nos permiten la maravillosa experiencia de sentir de muchas formas y nos
muestran al momento de experimentarlas, la gama tan amplia de sensaciones que
podemos generar, pero sobre todo nos muestran la enorme necesidad de Su guía y
Su sostén en nuestras vidas.
Probablemente has escuchado alguna
vez frases como “haz lo que te dicte tu corazón, déjate llevar por él”… ¡nada
más peligroso que esto! Si dejáramos que nuestras emociones gobernaran por
completo nuestras vidas, sería verdaderamente un caos, sobre todo cuando ellas
nos llevan a cometer errores causando heridas en nuestra alma o en el alma de
los demás.
Recordemos lo que la Palabra de Dios
nos dice en Proverbios 4:23:
Sobre todas las cosas cuida tu corazón, porque este determina el rumbo
de tu vida.
El terreno de las emociones es en
verdad hermoso, pero esta hermosura puede tornarse en extremo peligrosa si no cuidamos
nuestro corazón rindiendo esta parte esencial de nuestra vida a nuestro Señor,
Él tiene cuidado lleno de verdad y luz para nosotros en el plano emocional.
Mejor es ser paciente que poderoso; más vale tener control propio que
conquistar una ciudad.
Proverbios 16:32
El plano emocional de nuestras vidas
puede desarrollarse con total libertad y plenitud cuando nos rendimos al deseo
del Espíritu Santo. Es Él nuestra ayuda para una verdadera gestión de
emociones, pues con tierno amor nos guía a la Verdad, esa que nos colma de paz
y bien. Es lindo y seguro sentir cuando Él está a nuestro lado.
Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor
y de dominio propio.
2 Timoteo 1:7
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