¿Está tu Eternidad asegurada?




 

“Pero estas se han escrito para que ustedes crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios; y para que al creer, tengan vida en Su nombre.” San Juan 20:31

Los últimos capítulos de San Juan son sobrenaturales en el sentido más literal de la palabra, Juan está describiendo con muchos detalles las últimas horas de vida, la muerte tan cruel y luego las apariciones de Jesús muerto, pero resucitado y, por supuesto, no puede dejar de escribir sobre las reacciones que esta experiencia sobrenatural genera en las personas que están a Su alrededor.

A esta altura de la historia del evangelio de San Juan, no es posible pasar por alto la rabia que contenían desde las entrañas los líderes judíos de aquella época, ellos sentían tanto odio contra Jesús, hasta el punto de desear y llevar a efectuar Su muerte a como diera lugar, por eso encontramos que Su muerte fue totalmente injusta: presentaron testigos falsos para acusarlo, el enjuiciamiento ocurrió de forma imprevista en las horas de la madrugada y no fue en lo absoluto transparente. No había una acusación que justificara Su muerte, el mismo Poncio Pilato, quien era el gobernador romano a cargo dijo: “Yo no hallo en él ningún delito” (San Juan 18:38). Pero como para los líderes religiosos no había castigo que fuera suficiente, ellos mismos amenazaron a Pilato cuando en plena algarabía le dijeron: “Si suelta a este, usted no es amigo de César; todo el que se hace rey se opone a César”. (San Juan 19:12 NBLA).

Cuando por fin obtuvieron lo que tanto quisieron, necesitaron aún enviar guardias para custodiar Su tumba (San Mateo 27:62 – 66) ¡Ellos necesitaban borrar a Jesús de su mapa!

Tanto para los triunfantes enemigos como para los esparcidos amigos de Jesús, este parecía ser el final de todo, pero entonces la historia cambia por completo: ves el poder de Dios actuando y resucitando a Jesús de entre los muertos, esta es la gloria del Dios hecho hombre en todo Su esplendor.

Las impresiones de aquellas primeras personas que vieron a Jesús nos las deja saber Juan ¡Raboni! - Exclamó María Magdalena; los discípulos se regocijaron a puerta cerrada cuando Jesús apareció con un cuerpo glorificado; Tomás el discípulo se negó a creer hasta no ver, pero cuando vio las heridas de Jesús exclamó: - ¡Señor mío y Dios mío! Y no solo a estos, sino a muchos más se les apareció Jesús dándoles testimonio de Su rotunda victoria sobre satanás, el pecado y la muerte. 

A partir de ese momento la historia se partió en dos, aquellos que lo vieron y creyeron murieron confesándolo y esperando Su regreso. Quizás después de agotar sus esfuerzos y recursos en hallar el cuerpo desaparecido de Jesús, algunos de los líderes religiosos creyeron, otros seguramente se convirtieron en enemigos acérrimos y volcaron toda su furia para hacer desaparecer el movimiento cristiano. Lo cierto es que todos aquellos que escucharon y vieron a Jesús, desde los novios en Caná de Galilea, el niño con los panes y los peces, el vendedor de palomas en el templo, hasta el gobernador romano y su esposa tuvieron que darle una respuesta a la pregunta: ¿quién es Jesús?

La historia de Jesús nos llega hoy a nosotras gracias a la obra del Espíritu Santo y a aquellos testigos que preservaron y compartieron el mensaje. Junto con la historia llega la pregunta más importante de la vida: para mí ¿quién es Jesús?

Las legendarias palabras de Juan nos invitan a creer en el Verbo, la Palabra de la Vida, y, en consecuencia, disfrutar de una Eternidad segura con Él. ¿Está tu eternidad asegurada?


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