Favores Inmerecidos



 En conclusión, sean todos de un mismo sentir, compasivos, fraternales, misericordiosos, 
y de espíritu humilde; no devolviendo mal por mal, o insulto por insulto, sino más bien bendiciendo, porque fueron llamados con el propósito de heredar bendición.

1 Pedro 3:8-9

¿En alguna ocasión fuiste víctima de algún tipo de irrespeto, como el bullying por ejemplo? ¿Cuál podría ser el sentir y el actuar de una persona que ha experimentado algo así, teniendo años después la posibilidad de hacer justicia?

El capítulo de hoy se refiere a un José lleno de poder como Gobernador de Egipto, lejano a los días en los que recibió su famosa túnica de colores, cuando era un jovencito soñador que vivió el menosprecio y la violencia de sus celosos hermanos, cuyo sentimiento les hizo venderlo y, a partir de ello, transitar una serie de pasajes en los que muchas veces la injusticia parecía ser una compañía bastante frecuente.   

Este hombre tenía incontables razones para guardar en su corazón sentimientos como el rencor, la frustración, la ira, la amargura y el desánimo. Pudieron haber sido respuestas emocionales momentáneas a las distintas injusticias que vivió. Sin embargo, observamos en esta historia de reencuentro, que su corazón no era movido por esta clase de sentir. 

El corazón de José tuvo que ser muy especial a los ojos de Dios, el grado de misericordia con el que respondía a aquellos que lo dañaron es admirable y nos muestra el anhelo de agradarle a Él. La repetida frase: “Más Jehová estaba con José” (Génesis 39), me muestra cercanía. Pero al leerla puedo pensar inevitablemente: si El Señor estaba con él, ¿por qué permitía tanta desgracia en su vida? No sé si el mismo José llegó a cuestionarlo alguna vez, no lo veo en estos pasajes. Solamente veo cómo un hombre justo y bueno, teniendo en sus manos la potestad de devolver el mal que le fue ocasionado a sus hermanos en esta increíble oportunidad, no hace más que bendecirlos y ayudarlos en su necesidad.

¿Qué pasaba en su corazón que no devolvió el mal que alguna vez recibió? Probable y precisamente su cercanía con Dios, la comunión, la fe, la esperanza, la certeza de que aun en sus días más oscuros y en las condiciones más extremas, Él le permitía ser canal de bendición, como cuando en la cárcel le permitió interpretar sueños que posteriormente lo llevaron al lugar donde alcanzaría un puesto lleno de honra y de poder. 

En esa comunión íntima con El Padre, José probablemente entendió lo que es un principio básico y fundamental que los hijos de Dios debemos no solo tomar en cuenta, sino debemos vivir en plena obediencia, conscientes en la dificultad que conlleva, del inmenso beneficio que hallamos al aplicarlo: el perdón. 

Nuestra mente nos juega muchas veces criterios que nos ponen en el papel de ofendidos que han sufrido injusticias grandes, casi imposibles de perdonar. Basta ponerlos en el lente de una cruz, donde cada falta tuya, mía y del resto de la humanidad fue clavada sobre el cuerpo de un Jesús inocente, falto de pecado alguno, otorgándonos favores inmerecidos de perdón y salvación. 

José entendía la voluntad de Dios y la vivía, en los momentos más complicados e injustos no dejó de amar, confiar y seguir a Aquel que fue siempre cercano a Él, Aquel que dispone todas las cosas para bien de los que lo aman, los que han sido llamados de acuerdo con Su propósito (Romanos 8:28), Aquel que en ese propósito nos permite amar a pesar de la ofensa y obtener en esa acción grandes recompensas. 

Encomienda al Señor tu camino,
Confía en Él, que Él actuará;
Hará resplandecer tu justicia como la luz,
Y tu derecho como el mediodía.
Salmo 37:5-6





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