Promesas tranquilizadoras

 


La paz de Cristo
La paz les dejo, Mi paz les doy; no se la doy a ustedes como el mundo la da.
No se turbe su corazón ni tenga miedo. Oyeron que les dije: “Me voy, y vendré a ustedes”.
Si me amaran, se regocijarían, porque voy al Padre, ya que el Padre es mayor que Yo.

Juan 15:27-28 

¿Recuerdas tu primer día de clases en el preescolar? ¿Tu primer día de universidad, de pronto en un sitio lejano a tu hogar? ¿Cuál fue tu respuesta emocional al quedarte sola en un lugar extraño? Tal vez en tu memoria surja la figura de un muñeco de felpa o alguna almohada especial que trajera seguridad a tu alma, conectándote a través de su aroma o forma con aquellos que estaban distantes de ti.

El ser humano, en sus primeros años, establece un vínculo emocional y afectivo con la persona que le cuida. A este vínculo se le conoce como apego, cuando este es seguro, la persona afirma la confianza de que su cuidador no le abandonará ni le fallará, lo que es determinante en el desarrollo de su personalidad, ello le permite sentirse valorada, querida y aceptada. Lo contrario, evidentemente, genera una sensación de inseguridad que puede acompañarle toda la vida.

Jesús había anunciado Su partida, preparaba los corazones de los Suyos para dejarles en este mundo. No es difícil imaginar el temor y la incertidumbre de aquellos que sentían en Su presencia, la seguridad, la protección y el sostén que Él sabe dar. Sin embargo, en este tiempo de despedida, Él cubre sus miedos con una preciosa promesa: volvería. Y no solamente al momento de Su segunda venida, vendría en la maravillosa presencia del Espíritu Santo, quien sería la guía, la verdad, el consuelo, la protección y la paz.

Y Su promesa y Sus palabras les envolvieron sobrepasando su entendimiento, guardando sus mentes y sus corazones como solamente Él puede hacerlo; ellas ejercieron un efecto poderoso, eficaz y lleno de vida: trajeron calma a la inquietud de sus almas, trajeron descanso y seguridad, tal como hoy lo hacen en nuestras vidas. Porque, aunque no podían entender del todo aquello de lo cual hablaba, podían confiar plenamente en Aquel que aun en la tempestad les salvó y les guardó.

En Su infinito e inexplicable amor, nuestro Señor quiso asegurarse de que no transitáramos en soledad el camino de la vida, con todo lo que ella conlleva. Rogaría al Padre para que nos diera otro Consolador que estuviera con nosotros para siempre. Regalo maravilloso que hoy nos instruye hacia la luz, nos cuida en el peligro y nos sostiene en la dificultad; el precioso Espíritu Santo que nos enseña todas las cosas y nos recuerda todo lo que Él dijo alguna vez.

Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo

Mateo 28:20b

En Él y en ello podemos descansar, confiados plenamente en Sus promesas, las que nos dan la convicción de que aún en las tormentas más fuertes de la vida, nuestra barca no se hunde, pues Su amor la sostiene. Y en este descanso recibimos el regalo de Su paz, la que nos otorga con Su presencia, la que nunca se aparta, la que siempre nos cubre. Su promesa de amor echa fuera todo temor.

Y nuestra alma puede vivir apegada a Él, con la seguridad de Su cuidado, de Su presencia, de Su amor, de Su fidelidad. Y puede hallar gozo, aliento y esperanza en la certeza de que volverá.



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