Por siempre y para siempre

 


“Sé que Jesucristo regresará, lo sé,
pero mis acciones muchas veces demuestran que no lo estoy esperando”.
 
“Sí, me gustaría que Cristo regrese, porque sé que las cosas serán mejor cuando Él venga,
pero antes quisiera haber hecho todo lo que deseo”.
 
“Tengo que confesar que no quiero que Jesús regrese, porque tengo miedo,
siento que no estoy preparada”. 

La esperanza del creyente se caracteriza porque permanece en Cristo. Tristemente, las anteriores declaraciones (que difícilmente se comentan en voz alta) nos muestran que detrás de ellas hay una perseverancia débil que no extiende sus raíces en Jesús.

En el capítulo dos de la primera carta de Juan nos encontramos con varias referencias a permanecer, pero es la referencia del versículo 28 la que Juan enfatiza como un mandato. Cada creyente tiene la responsabilidad de procurar mantenerse firme en Jesucristo, el fundamento de su fe. 

Y ahora hijitos, permaneced en él, para que cuando se manifieste, tengamos confianza,
y cuando venga, no nos alejemos de él avergonzados.

1 Juan 2:28 RVR60 

Esta responsabilidad delegada no debería irritarnos, ni sentirse como una obligación o un deber para postergar, al contrario, es el corazón deseoso por Su regreso, por volver al hogar, al lugar al que pertenece, el que vigila sus pensamientos, cuida sus  deseos, guarda sus pasos, observa sus palabras, controla sus pasiones, examina con detenimiento la Palabra de Dios; no pierde de vista la obra redentora de Cristo en la Cruz y se enfoca en lo eterno, preparándose y permaneciendo así, para cuando Jesucristo se manifieste.

 

Es la gloriosa manifestación de Cristo, el clímax de la historia y el momento máximo, lo que millones de corazones ardientes por el reencuentro esperan, el instante en el que la Iglesia sea reunida alrededor del trono del Señor para desposarse con Él, el Novio y Esposo; para rendirle en esa perfecta unión de Cristo y Su Iglesia todo el tributo, el poder, la gloria y toda la majestad que le pertenecen desde siempre.

Es por esa razón que tenemos confianza no solo en que Su regreso será inminente, nuestra esperanza es que, al momento de Su llegada, no seremos rechazados ni expulsados vergonzosamente, sino que seremos bien recibidos para disfrutar del gozo de nuestro Señor. Un corazón confiado en que no será rechazado, permanece, puede esperar fiel sin importar el costo y no teme exclamar: “¡Ven Señor Jesús!”

Las declaraciones que leímos al principio son pronunciadas por corazones que, al no permanecer, temen ser rechazados y vergonzosamente alejados. Son estos corazones, los que no permanecieron, ni le esperaron, ni desearon Su regreso, los que se alejarán avergonzados.

“Mas él respondiendo, dijo: De cierto os digo, que no os conozco”.

Mateo 25:12 RVR60 

¿Qué declaran tus palabras que delata el estado de tu corazón? ¿Temor o confianza? Si has leído hasta aquí, es el momento para animarte a que contemples la obra de Cristo a tu favor y pongas tu corazón en el lugar correcto. El Cristo que te ha amado es digno de ser esperado. ¿Cómo lo estás esperando?

Permanecer, confiar y desear son las maneras en las que nos preparamos para la llegada del Novio. Mientras más permanezcas unida a Cristo, tu confianza en Su venida se incrementará; mientras más confianza tengas de que serás bien recibida, más desearás Su regreso; entre más ese deseo sea avivado, más te preocuparás por permanecer en Él.  Así, sin darte cuenta, estarás ocupada preparándote activamente para el regreso de Jesús.

Por siempre y para siempre, Jesucristo es el lugar al que pertenecemos
y al cual queremos llegar para reposar.



 

 

0 Comments