Comprometida con mi Iglesia local

 


“Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros,
en el partimiento del pan y en las oraciones.”
Hechos 2:42

La primera iglesia tenía un funcionamiento único, estos hermanos en la fe eran los primeros en formar la iglesia de Cristo, guiados por los apóstoles, quienes habían recibido de primera mano todas las enseñanzas y ordenanzas del Maestro. Ellos también tenían el poder otorgado por Jesús de hacer maravillas y señales (Hechos 2:43); los primeros creyentes buscaban cada día ser enseñados y guiados por ellos, alimentando su fe con todo lo que podían recibir y dar.

En Hechos 2:42-47 podemos notar claramente cómo era la comunión entre los convertidos que formaban la iglesia primitiva. Ellos, dicen las Escrituras:

Perseveraban en la doctrina de los apóstoles, escuchaban y ponían en práctica las enseñanzas de los discípulos de Cristo, se alimentaban espiritualmente de todo lo que ellos podían enseñarles y lo atesoraban.

Perseveraban en la comunión unos con otros, aparte de tener una relación con Dios, nutrían sus relaciones interpersonales con otros creyentes en su congregación.

Partían el pan, tomaban la cena del Señor juntos y perseveraban en la oración, hablaban de sus luchas y sufrimientos, agradecían, oraban por los que salían a predicar, por los que estaban siendo oprimidos por aquellos que perseguían a los creyentes.

Aparte de estas cosas espirituales, nuestros primeros hermanos en la fe compartían sus bienes, esto no quiere decir que vivían todos juntos y apartados como los amish, esa comunidad que lleva un modo de vida único, en su forma más sencilla, rechazando cualquier forma de tecnología. Aquellos primeros cristianos más bien no tenían amor por los bienes materiales y, si era necesario, vendían lo que tenían para sustentar al que necesitaba, compartían lo que tenían con amor y sencillez de corazón.

Hoy cuesta encontrar creyentes verdaderamente comprometidos con su iglesia local, muchos de los que estamos en ella nos conformemos con tener una relación personal con Cristo, con no dejar de congregarnos y con tener un grupo de amigos dentro, pero nos cuesta tener amor por quienes conforman nuestra iglesia local.

Volver a lo esencial es compartir con nuestros hermanos en la fe con alegría y sencillez de corazón, no vanagloriarnos con lo que personalmente podemos ofrecer, sino hacerlo por amor en humildad y con gozo.

El desafío es grande, porque vivimos en una sociedad amadora de sí misma, donde no importa pasar a llevar al de al lado para alcanzar nuestros objetivos, pero nuestro Dios nos manda a amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, a comprometernos con nuestra iglesia local, no solo a asistir por costumbre, sino que a ser conscientes que dentro de la iglesia es donde nos estimulamos al amor y nos animamos para hacer buenas obras. 

“Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras;
no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre,
sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca.”
Hebreos 10:24-25 

Que tu iglesia local sea una familia para ti, con la que no temas compartir tus luchas y necesidades para que te respalden en oración, donde puedas encontrar la contención y el alimento espiritual necesario para enfrentar tu día, para compartir tus logros y puedan alegrarse contigo. Comprométete con tu congregación, ora por ellos, visítales y, si te es posible, suple necesidades de cualquier índole mientras puedas hacerlo. Para que puedas decir:

 
“¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es Habitar los hermanos juntos en armonía!”
Salmos 133:1




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