Las promesas están
intrínsecamente ligadas a la esperanza, ya que son una expresión de un futuro
deseado o esperado. Cuando alguien nos hace una promesa, esta despierta en
nosotros una expectativa y un anhelo de que se cumpla.
Las personas hacen
promesas cada día, pero ¿cuántas de esas promesas son cumplidas? Un gran
porcentaje de las promesas que se hacen entre los seres humanos son frágiles,
no se cumplen, terminan rotas y en una gran decepción, inseguridad y
desconfianza en el corazón de los que han creído en esa palabra. ¿Dónde
podremos encontrar una fuente confiable de esperanza y seguridad?
Favorablemente, ¡Dios es
totalmente diferente a nosotros! Las promesas de Dios son inmutables y
confiables. La esperanza que viene de Él no defrauda, Su bondad para con Su
pueblo no resulta en vano. Jesús es el cumplimiento de la promesa de Dios y en
Él está nuestra esperanza, la cual no es solo para esta vida en la tierra, pues
va más allá de lo temporal de este mundo.
A diferencia de las
promesas terrenales que a menudo nos decepcionan, Cristo es el fundamento
sólido en el cual podemos confiar. Él es un ancla segura en un mundo de promesas
rotas. Por Él fuimos reconciliados con Dios, hechos santos e irreprensibles
ante Él, para recibir una herencia incorruptible reservada en el cielo; es
decir, la plenitud de nuestra salvación y la eternidad a Su lado. Esta
esperanza nos da la fortaleza y la motivación para seguir adelante en medio de
las dificultades y pruebas de la vida, sabiendo que un día estaremos con
nuestro Señor para siempre.
Cuando usamos la palabra
esperanza, nos referimos a algo que deseamos que suceda o nos gustaría que
ocurriera, pero no tenemos ninguna garantía o seguridad de que sucederá. Pero en
la Biblia, la palabra “elpis” en griego, que se traduce como «esperanza», no es
algo que carezca de certeza, significa "la expectativa de algo seguro
(cierto)".
Jesús dijo:
“No se turbe su corazón; crean en Dios, crean también en Mí… Y si me
voy y les preparo un lugar, vendré otra vez y los tomaré adonde Yo voy; para
que donde Yo esté, allí estén ustedes también" Juan 14:1,3 NBLA
Con estas palabras,
Cristo plantó la bendita esperanza en el corazón de Sus discípulos, una
esperanza de cumplimiento seguro. También habló sobre las señales de Su venida
(Mateo 24), las cuales ya se están
cumpliendo actualmente.
Es
a esa esperanza, la de Su regreso y la eternidad con Él, a la que debemos
aferrarnos como ancla para nuestra alma, ella es la que nos mantiene firmes y
seguros e impide que las corrientes de este mundo nos arrastren fuera del
propósito de Dios. Mantengamos nuestra mirada y confianza arraigadas en el Dios
vivo, fiel y verdadero que cumple Sus promesas y que un día redimirá
completamente nuestra vida y circunstancias.
Nuestra
esperanza no se basa en las cosas de este mundo, sino en la promesa de la vida
eterna que tenemos en Cristo Jesús. Esta es una realidad
que transforma nuestras vidas y nos conecta con el propósito eterno de Dios.
Jeymar Bethelmy
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