Lo que era inminente se
desató. En un abrir y cerrar de ojos los que comían y dormían plácidos se
vieron despojados, huérfanos y esclavizados. La disciplina de Dios Sobre Su
pueblo escogido no se hizo esperar, aquella nube de desolación había llegado
para permanecer sobre Israel y Judá por 70 años.
No era una desventura que
pudieran reclamar, ellos sabían que ocurriría, Moisés lo advirtió y Dios
soportó con paciencia su rebeldía; fue misericordioso al enviar profeta tras
profeta, pero ellos se burlaron, tal como el niño que disfruta del cosquilleo
de placer que provoca lo indebido, aunque sabe que será corregido por desobedecer,
Israel persistió en lo indebido a pesar del llamado misericordioso de Dios.
Pero Dios que es soberano,
antes de su cautividad había dispuesto de una promesa esperanzadora, desde
Moisés hasta Isaías Dios prometió la restauración de Su pueblo; no puedo dejar
de pensar en el trasfondo de la historia del gran líder Nehemías que refleja su
conmovedora oración:
Acuérdate ahora
de la palabra que diste a Moisés, tu siervo, cuando le dijiste: si vosotros
pecáis, yo os dispersaré por los pueblos; pero si os volvéis a mí y guardáis
mis mandamientos y los ponéis por obra, aunque vuestra dispersión sea hasta
el extremo de los cielos, de allí os recogeré y os traeré al lugar que escogí
para hacer habitar allí mi nombre.
Nehemías 1:9
RV2020
La misma mano que golpeó,
dispersó y esparció a Israel, fue la misma que recogió, consoló y reedificó Su
pueblo. Esta es la mano de Dios.
Nehemías tenía un gran
proyecto por delante, Dios dispuso que la reconstrucción de los muros de
Jerusalén tomara solo 52 días y contando los preparativos previos, alrededor de
un año; pero luego, Dios tomó 20 años más para que junto a Esdras, Nehemías
guiara al pueblo a una reconstrucción y santificación interna. Fue junto a la
voluntad de Dios, la disposición de un corazón apasionado por un cambio y la
obediencia de un remanente a los mandamientos de Dios los que hicieron posible
la reconstrucción de una ciudad y en definitiva la exaltación del nombre de
Dios.
No es de extrañar que existan
épocas en nuestra vida en las que percibimos tanto de afuera como en nuestro
interior que todo está en ruinas, ya sea porque hayamos pecado contra Dios
resistiendo Su voluntad, o porque seamos víctimas del pecado de otros contra
nosotros, no estamos libres de la desolación. Nacimos en un mundo en ruinas,
pero aquí hay una buena noticia: antes de toda la desolación que ves, El Señor
ya dispuso para ti el consuelo, el cambio y la reconstrucción que necesitas.
Reedificarán
las ruinas antiguas, levantarán los que antes fue asolado y restaurarán las
ciudades arruinadas, los escombros de muchas generaciones.
Isaías 61:4
RV2020
Las obras de reconstrucción
que Dios hace no son instantáneas, como lo que solemos suponer, y existe una
reconstrucción mucho más importante que la de una muralla: la de nuestro
corazón. En ella, ¡solo la planificación
le tomó la eternidad! Él inició esta obra desde el principio de la historia
humana, la ejecutó en Su Hijo, por medio de Su sangre, para hacer en tu corazón
una limpieza exhaustiva, dolorosa pero impecable, pues la reconstrucción que Él
planificó es para asegurarte una eternidad con Él.
Así como verás en el libro de
Nehemías a un gran líder, seguro y determinado a reconstruir, Dios mismo es el
líder que se encarga de tu proceso de restauración. En la medida que te expones
a Su palabra Él limpiará tu vida hasta que estés completa, hecha a la semejanza
de Cristo.
La soberanía de
Dios nos permite descansar en que Él completará lo que ya inició.
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