La Sagrada Escritura enseña que el creyente debe
fortalecerse en El Señor, porque Su fuerza es inagotable; le manda también a
vestirse de toda la armadura que Él ha provisto para que pueda estar firme en
la fe, de toda ayuda espiritual para resistir y vencer al enemigo, porque la
lucha no es humana. Solo en esa fuerza y usando toda Su armadura, Sus hijos podremos
tener la victoria, porque por nosotros mismos somos incapaces.
El creyente tiene tres enemigos: su naturaleza
pecaminosa, satanás y el mundo. Usar toda la armadura de Dios es la única forma
de saber luchar espiritualmente, porque los engaños del diablo y las fuerzas
malignas le asedian e influyen alimentando su carnalidad para hacerle caer y
desviarle del propósito divino.
“y tomad el yelmo de la salvación, y la
espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios”
Efesios 6:17 RV60
La salvación es por gracia y por medio de la fe, un don
que da Dios (Efesios 2:8-9). Es segura porque Su autor es Él. Es la liberación
del creyente por parte del Señor Jesús respecto al pecado. No solo le libera de
la condenación como castigo; en el presente, del poder que esclaviza al hombre
a hacer el mal y en el futuro, de su presencia, erradica para siempre su
naturaleza.
Esta obra divina debe fundamentarse con la Palabra de
Dios en la mente del creyente, pues una vez arraigada en su vida, protegerá su
pensamiento contra los diferentes vientos de doctrina y hará que se aliente su
corazón con la esperanza de la venida del Señor Jesús. Una promesa que tendrá
cumplimiento en el futuro; esta espera hace que el creyente resista y se
prepare para el encuentro con el Dios de su salvación.
El creyente no solo debe tomar el yelmo de la salvación,
que hace referencia a la protección de su pensamiento, sino también la espada
del Espíritu, que es la Palabra de Dios. Cuando una persona se convierte a
Cristo, la presencia de Dios comienza a morar en él por medio del Espíritu
Santo. Él es quien convence al mundo de pecado, de justicia y de juicio, usando
Las Sagradas Escrituras para llevarlo a cabo.
La Palabra de Dios examina al creyente: sus emociones,
sentimientos, pensamientos y obras. Llega a la profundidad de su ser, descubre
su pecado e indaga su conciencia, revela su condición y su necesidad, sometiendo
así los impulsos de su naturaleza pecaminosa. La Palabra es viva y eficaz,
tiene autoridad en sí misma, porque es inspirada por Dios y refleja Su
Divinidad.
El Espíritu Santo conoce al creyente y conoce la Palabra,
sabe cómo usarla en su vida y a través de ella en medio de la lucha espiritual.
El hijo de Dios necesita tener una relación diaria con su estudio y
memorización, para que su carácter vaya conformándose a la voluntad de Dios. De
esta forma su respuesta en medio de la lucha será agradable ante Sus ojos.
El creyente firme
está fundamentado en la verdad de la Palabra de Dios
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