El libro de Apocalipsis
es el libro de la revelación de los eventos futuros que Dios le permitió
conocer en visión al apóstol Juan para compartirlos con la iglesia. La manera
en cómo se lo comunica es certera, no es un proyecto que esté sujeto a cambios
según se vayan dando las cosas sobre la marcha, no hay plan B. Este plan ya fue
decretado en la eternidad, tal como un albañil que construye sobre los planos
del arquitecto, podemos decir que el plan de Dios ya está hecho, aunque la obra
siga en construcción.
La descripción de los
cielos y tierra nuevos dispuestos como un hogar en el que habitan Dios y los
hombres conjuntamente, se asemeja mucho a la obra de creación que Dios hizo en
el principio, pero surge una pregunta: ¿Qué hará Dios con el sufrimiento?
¿Continuará permitiendo que socave la belleza de la nueva tierra, como ocurrió
la primera vez? Apocalipsis 21:4 responde nuestra pregunta:
“Enjugará
Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá más muerte, ni habrá más
llanto ni clamor ni dolor, porque las primeras cosas han dejado de existir”.
El sufrimiento proviene
de una sola fuente con dos vertientes: a causa del pecado que nosotros
cometemos o a causa del pecado que otros cometen sobre nosotros. Sin embargo,
el dolor no es parte de la ecuación en el mundo restaurado de Dios (no de la
forma en que lo conocemos). Esto es posible porque para Él la pérdida y soledad
que se experimenta, ya sea de una u otra manera, no es un problema que no pueda
resolver. Él se encargó de llevar todo delito sobre los hombros de Su Hijo,
anulando por completo cualquier tipo de acusación en contra nuestra, trayendo
libertad del pecado y consuelo al dolor.
Dios está reconciliando
consigo todas las cosas por medio de Su Hijo, mientras esta construcción se
ejecuta, Él no minimiza nuestros quebrantos, en cambio, se ocupa activamente de
ellos. Tal como lo expresó David en su Salmo 34, el Señor libra de la angustia,
está alrededor de los que le temen, suple sus necesidades no sólo físicas,
también emocionales. Está atento a las oraciones que buscan Su auxilio; salva,
protege, está cerca de los heridos. Es paciente y cuidadoso en sanarnos porque
desea un mundo en el que Sus hijos no sufran angustias.
Su obra de santificación
en el creyente apunta a tratar de raíz este problema, transformando el corazón,
que ha sido endurecido por sus heridas, en un corazón sensible y rendido. Es
toda esta gran multitud de personas redimidas las que seremos parte del nuevo
mundo de Dios. ¡Contaremos una historia de rescate! Como ves, Dios no anula el
sufrimiento, lo transforma y nos da motivos para recordarlo por la eternidad con
alegría y en adoración.
Aunque David no tenía la
revelación de Apocalipsis, sí confiaba en el Dios que reveló el Apocalipsis. Esta
confianza le permite llenar de esperanza su corazón y su boca de exaltación. No
hay luto, injusticia, desesperanza y angustia que Él no pueda sanar y consolar,
puesto que si ya escribió el futuro al que llama historia, ¿cómo no habría de
darnos una salida? Nos abrió Sus brazos de consuelo en los brazos extendidos de
Cristo sobre la cruz, porque conoce el final y nos lo ha dejado conocer a
nosotros también.
Los ojos
de Dios ya recorrieron tu historia. En Cristo Él ya consoló tu sufrimiento
¿Lo
dejarías terminar de construir Su obra en ti y unirte al gran capítulo en la
historia final?
“Gustad y
ved que es bueno el Señor. ¡Dichoso aquel que confía en él!”.
Salmos 34:8
RV2020
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