Echa sobre El Señor tu carga, y Él te sostendrá;
No dejará para siempre caído al justo.
Salmo 55:22
Se llama carga a cualquier cosa que genera peso o presión sobre algo o
sobre alguien, provocando una fuerza que dificulta el movimiento. Las cargas
pueden producirse en nuestro cuerpo o en nuestra mente, muchas veces de manera
voluntaria, algunas otras no.
Las cargas emocionales pueden surgir a partir de un sentimiento basado
en un recuerdo que puede provocar ansiedad, tristeza, aflicción, frustración,
miedo, enojo y, en algunos casos, hasta depresión. Se convierten en un peso que
no nos permite vivir con tranquilidad, afectando nuestro bienestar y lastimando
nuestra estabilidad. Tienen el poder de afectar nuestra salud física y mental,
perjudican nuestros pensamientos, nuestros sentimientos y hasta nuestro ánimo. Influyen
en la manera como nos relacionamos y como nos desempeñamos en distintos planos
de nuestra vida.
Cuando nuestras fuerzas se agotan a partir de las cargas que llevamos y necesitamos
con urgencia ayuda, soporte, consuelo y tranquilidad, podemos recordar aquel
ofrecimiento hecho por el corazón que más nos ha amado…
Vengan a Mí, todos los que están cansados y cargados,
y Yo los haré descansar.
Mateo 11:28
Nuestro Salvador, el fiel Pastor que nos hace descansar en lugares de
delicados pastos, que nos pastorea junto a aguas de reposo, que conforta
nuestra alma y nos guía por sendas de justicia por amor de Su nombre, es el
mismo que experimentó el peso en su máxima expresión, llevando sobre Sí
las cargas de toda la humanidad.
Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por
nuestros pecados;
el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga
fuimos nosotros curados.
Isaías 53:5
Sus brazos, los que cargaron la pesada cruz y soportaron los clavos que los
sujetaron a ella, son los mismos que hoy abrazan nuestras vidas cansadas y
cargadas, nos levantan y nos sostienen, nos cobijan con tierno amor, nos cuidan
con tierna bondad y nos fortalecen con inmenso poder. Es una absoluta verdad
que el castigo de nuestra paz fue sobre Él.
Cuando decidimos depositar nuestras cargas en El Señor, hallamos alivio
y experimentamos la más dulce paz que resulta de descansar confiadamente en Él,
con la certeza absoluta de Su presencia, Su gracia y Su fidelidad. Echar
nuestra carga sobre Él nos llama a soltar, a despojarnos, a abandonarnos en Su
propósito y Su voluntad, que aun en la circunstancia más difícil, no deja de
ser buena, agradable y perfecta.
La senda de la vida se torna liviana cuando tenemos por cierto que Él es
la paz que sobrepasa todo entendimiento y la fortaleza que nos levanta,
anclados en la certeza de Su victoria, llenos de esperanza y confianza en
aquella promesa que nos dice que algún día, muy pronto, volverá. En ello encontramos ánimo, valor, fuerza y
descanso pleno.
Por tanto, puesto que tenemos en derredor nuestro tan
gran nube de testigos,
despojémonos también de todo peso y del pecado que tan
fácilmente nos envuelve,
y corramos con paciencia la carrera que tenemos por
delante,
puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la
fe,
quien por el gozo puesto delante de Él soportó la
cruz, despreciando la vergüenza,
y se ha sentado a la diestra del trono de Dios.
Consideren, pues, a Aquel que soportó tal hostilidad
de los pecadores contra Él mismo,
para que no se cansen ni se desanimen en su corazón
Hebreos 12:1-3
Su sacrificio de amor tiene el poder de pagar nuestro
pecado y darnos perdón,
pero también el de sanar cada aflicción y darnos
descanso en Su redención.
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