No me moveré

 


He llegado a un punto en mi vida de cansancio y enojo

por actuar tan cobarde y temerosamente ante las tempestades,

mi esfuerzo es insuficiente y mi fe es débil. Necesito aferrarme a algo más sólido que yo…

 

Por el año 65 d.C., fecha probable de la escritura de la primera carta del apóstol Pedro, Roma estaba en crisis; su emperador Nerón, quien mantenía relaciones hostiles con el senado romano, fue acusado de incendiar la ciudad. No teniendo forma de escapar y viéndose amenazado, culpó a los entonces marginados cristianos. Tácito Anales, historiador de la época, nos cuenta que muchos fueron desgarrados por los perros, incendiados y crucificados. En esta persecución hacia la iglesia también murieron Pedro y Pablo.

 

Poco antes de su muerte, es el mismo Simón de espíritu vacilante al que Jesús llama Pedro y que por el Espíritu transforma como una roca inamovible, el que escribe sus cartas dirigidas a las iglesias ubicadas en diferentes regiones de lo que hoy conocemos como Turquía. En sus letras, lejos de alentar a la subversión por sus derechos, los anima a recordar el Evangelio mientras soportan firmes el fuego de la prueba.

 

En el capitulo 1 de su primera carta, el apóstol recuerda el fundamento seguro del evangelio; entonces, sus lectores podrían obedecer las demandas imperativas continuadas en cada capítulo. Así, su conducta intachable y su fe sólida en el evangelio serían la manera de llevar en alto el precioso nombre de Cristo.

 

Solo en su saludo, Pedro transformado, ya nos muestra el conocimiento anticipado de Dios desde antes de los tiempos, sobre los extranjeros espirituales para salvación, que no es otra cosa que la libertad otorgada para obedecer los mandamientos de Dios, en un actuar conjunto con el Espíritu Santo y por medio del derramamiento de la sangre de Cristo.

 

En su introducción alaba a Dios, que es padre de Cristo y nuestro también, quien en su poder para resucitar a Cristo y en Su carácter misericordioso nos ha otorgado un nuevo nacimiento y el derecho a una herencia que no se deteriora, que no es corrosible, ni manchada por el mal ni mucho menos se desvanece.

 

Esta herencia, que ya es de nuestra propiedad, está preservada y protegida en el cielo, pero no sólo la herencia, sino que también nuestra propia vida está siendo continuamente protegida desde el momento que creímos en Cristo para salvación hasta el tiempo final en el que esta salvación sea consumada en una transformación completa.

 

El apóstol nos recuerda que esta protección es mediante la fe, nuestra fe; pero, aclaremos que, si la eficacia del poder de Dios para preservar dependiera de nuestro nivel de fe, ninguno de nosotros, por mucho que se esforzara, podríamos alcanzar la promesa. Así que, es nuestra fe la respuesta o evidencia del obrar del Espíritu de Dios en nosotros preservándonos para alcanzar la salvación. Asimismo, todo el poder de Dios, toda Su fuerza de Dios, toda Su omnisciencia, toda Su omnipotencia, toda Su soberanía y toda Su misericordia guardan nuestra herencia y preservan nuestra vida de fe hasta alcanzar la salvación.

 

En la eternidad Dios proveyó un autor y consumador para la fe de los extranjeros, los dotó de herencia y, día a día hasta el final, les provee Su Espíritu como garante de la promesa. Pedro es un claro ejemplo de que la fe en su propio esfuerzo es inútil, pero sustentada por el Espíritu es inconmovible y, escribe inspirado por Dios para recordarnos que la promesa y el que promete son inconmovibles, quien se aferra a Él no se moverá.

 

 “Mediante la fe de ustedes son protegidos por el poder de Dios, para la salvación que está preparada para ser revelada en el último tiempo”.

1 Pedro 1:5 NBLA




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