Una vida feliz

 


Porque: El que quiere amar la vida y ver días buenos, refrene su lengua de mal,

y sus labios no hablen engaño;

Apártese del mal, y haga el bien; busque la paz, y sígala.

Porque los ojos del Señor están sobre los justos, y sus oídos atentos a sus oraciones;

Pero el rostro del Señor está contra aquellos que hacen el mal.

1 Pedro 3:10-12

 

El mundo y la sociedad de hoy parecen obligarnos a ser felices, todo el tiempo, de la forma que sea, equivocada esta muchas veces. Ser feliz se ha convertido en casi una obsesión que irónicamente puede llevarnos a la infelicidad, debido a que somos llevados a buscarla donde no la encontraremos, las redes sociales son un claro ejemplo. La RAE indica que la felicidad es el estado de grata satisfacción espiritual y física y la ONU estableció el Día Mundial de la Felicidad el 20 de marzo… parece un tema importante.

 

La Biblia nos muestra una fórmula preciosa, veraz y efectiva acerca de la felicidad. No tiene que ver con búsquedas egoístas en aquello que nos satisface o en lo que creemos merecer. Tiene que ver con acciones nobles como la empatía, la compasión, el amor fraternal, la misericordia, la amistad, la humildad, todo aquello a lo que, como hijos de Dios, hemos sido llamados para heredar bendición.

 

El consejo de 1 Pedro 3 es bastante preciso: ¿queremos disfrutar de la vida? Evitemos hablar el mal, vivamos en la libertad de la verdad, apartémonos del mal haciendo el bien y busquemos la paz, esforzándonos por mantenerla. Todo esto con la certeza de que los ojos del Señor están puestos con inmenso amor sobre nosotros.

 

Bendeciré al Señor que me aconseja; aun en las noches me enseña mi conciencia.

Me mostrarás la senda de la vida; en Tu presencia hay plenitud de gozo,

delicias a Tu diestra para siempre.

Salmo 16:7, 11

 

Cuando entendemos y buscamos la senda que debemos seguir, con conciencia plena en nuestro propósito eterno, en la gloria venidera prometida, podremos ver días buenos que nos harán amar la vida y nos permitirán vivirla en paz, la que debemos procurar y guardar. Cuando comprendemos que Cristo es nuestra paz, podemos vivir vidas plenas, a pesar del mundo, a pesar de la prueba, a pesar de todo.

 

En la complejidad de las situaciones y de las relaciones, Su presencia trae calma. Nuestro Príncipe de paz llegó a este mundo para restaurar, en principio, nuestra relación con el Padre.

 

Pero ahora en Cristo Jesús, ustedes, que en otro tiempo estaban lejos,

han sido acercados por la sangre de Cristo.

Porque Él mismo es nuestra paz, y de ambos pueblos hizo uno,

derribando la pared intermedia de separación,

Efesios 2:13-14

 

Y en esa perfecta paz, nos da también la posibilidad de vivir en ella con nuestros semejantes, otorgándonos el privilegio, pero también la responsabilidad de ser pacificadores, canales Suyos que puedan llevar con verdadera felicidad en su corazón y en sus labios la buena nueva, Su precioso Evangelio de la paz, la que permanece aún en el sufrimiento, sobrepasando todo entendimiento.

 

Bienaventurados los que procuran la paz, pues ellos serán llamados hijos de Dios.

Mateo 5:9

 

La vida es un regalo de Dios, no es posible gozarla sin paz, sin Su paz; en la comprensión Suya como Señor de nuestras vidas, de Padre amoroso que nos dio a Su Hijo para gozar del derecho de ser Sus hijos, herederos de Su reino. Su paz es el centro de nuestras vidas y el mensaje más hermoso que podemos anunciar.

 

Encontramos paz cuando encontramos a Cristo y le seguimos, porque Él mismo es la paz.




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