Pedro termina de escribir su primera carta con la
asistencia de Silvano, aunque Pedro la califica como breve, no implica que sea
superficial; en ella abordará el sufrimiento sanguinario al que están expuestos
por la persecución incitada de mano de Nerón desde la perspectiva del Evangelio.
Nos explica que la forma correcta de responder al
sufrimiento es asumiendo la misma actitud de Cristo, esto pone en evidencia nuestra
separación del pecado y nuestra identificación con El Señor. Actitud que está
empapada de una alegría que va en aumento, ya que mientras consideramos el
dolor como un privilegio al ser llamados participantes de Cristo, podemos
experimentar mayor regocijo al contemplar la revelación de la gloria de Dios en
el dolor.
No es el sufrimiento que viene como consecuencia
de haber hecho lo malo el que es celebrado, es el dolor en Cristo que viene
conforme a la voluntad del Padre el que está lleno de honor y regocijo. Es por
eso que, el padecer al que nos llama Cristo, se parece mucho al momento del
alumbramiento. ¡Claro que está lleno de intensos dolores de parto! Pero
mientras la mujer sufre. se va revelando una nueva vida y con ello su emoción
se intensifica, aunque adolorida, se gloría en el nacimiento de un nuevo ser.
Nadie piensa que el dar a luz sea un motivo de
vergüenza como la vergüenza de un delincuente expuesto, ¡al contrario! Es uno
de los acontecimientos más maravillosos que festejamos y rememoramos cada año; igualmente,
el sufrimiento en Cristo es un motivo de regocijo al exponerse Su vida en
nosotros.
Pero, a veces es tan difícil entender que la alegría
y el sufrimiento en Cristo van unidos, que necesitamos entender el evangelio
por medio del Espíritu Santo, transformando nuestra percepción para establecer
nuevos pensamientos y fundamentos entre el sufrimiento y la alegría.
Necesitamos entender que Cristo sufrió porque El
Padre así lo dispuso, dándole un propósito eterno a esa cuota de dolor: la
redención de los pecadores. Es enfocado bajo la luz de este propósito divino
que Jesús eligió en Su humanidad entregar Su vida y, amparado bajo el poder de
Dios fue resucitado para recuperarla nuevamente.
De esta misma forma, nosotros somos llamados por
Dios para tener acceso a esta redención, no sin antes tener parte con Cristo en
Su sufrimiento; no podemos llamarnos cristianos si nos rehusamos a beber esta
amarga copa junto a Él. Entender que Dios tiene un propósito para nuestro
sufrimiento es la clave para que, así como Jesús entregó Su vida, nosotros podamos
entregar la nuestra a la voluntad del Creador, sabiendo que aun en medio de
nuestras angustias, que pueden o no llegar hasta la muerte, Él tiene cuidado y
el poder de darnos la misma resurrección que le otorgó a Cristo de entre los
muertos.
Según cada uno ha recibido
un don especial, úselo sirviéndose los unos a los otros como buenos
administradores de la multiforme gracia de Dios.
1 Pedro 4:10 NBLA
Por último, no podemos pasar por alto las
demandas imperativas en esta carta, específicamente las del último capítulo: no
sean tiranos, cuiden el rebaño, sométanse, humíllense, depositen su ansiedad, manténgase
alerta, resistan al diablo manteniéndose firmes. Estos mandatos no son una
doble carga además de la ya impuesta por la persecución, sino que tienen su
debido lugar en una vida que identificada con Cristo y descansada en Él, es auténticamente
libre para seguir los mandamientos de Dios y dar a otros de lo Eterno que ya
posee y que nadie le arrebatará.
Y después de que hayan
sufrido un poco de tiempo, el Dios de toda gracia, que los llamó a Su gloria
eterna en Cristo, Él mismo los perfeccionará, afirmará, fortalecerá y
establecerá.
1 Pedro 5:10 NBLA
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