A mí, que soy menos que el más pequeño de todos los santos, me fue dada esta gracia de anunciar entre los gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo,
Efesios 3:8
Pablo, el apóstol que pasó de ser perseguidor a sufrir persecución, escribe desde la prisión de Roma, en la espera de un juicio ante César, cartas a sus hermanos Efesios, Filipenses, Colosenses y a su amigo Filemón; cada una con el fin de instruir, de animar, de transmitir mensajes de esperanza, de gozo, de unidad, de amor y de perdón. En su corazón ardía la imperiosa necesidad de predicar la Verdad y de que esta fuera compartida a los demás.
Los propósitos perfectos del Señor se manifiestan a través de este hombre especial, antes fariseo y acosador de la Iglesia, transformado por completo en Cristo, al ser escogido para dar a conocer el misterio de la obra del Evangelio que uniría a judíos y gentiles. Enorme privilegio y gran responsabilidad que llevó a cabo con total entrega y fidelidad.
El capítulo 3 de la carta que envía a la Iglesia de Éfeso, nos muestra una actitud humilde que se maravilla en el inmenso privilegio que le fue otorgado, siendo el transmisor de aquel misterio, el cual hacía saber que los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio, del cual él fue hecho ministro por el don de la gracia de Dios que le fue dado según la operación de Su poder (V. 6 y 7).
Un tiempo atrás, camino a Damasco, Pablo se encontró de frente con Jesús; se encontró con Su amor, con Su perdón, con Su gracia y con Su poder. La luz que dañó sus ojos físicos, abrió sus ojos espirituales, aquella luz resplandeció sobre su vida y a partir de ello se convirtió en un testimonio vivo del poder transformador de Cristo, de Su verdad, que fue la fuerza de su fe y de todo su ser.
…para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder
en el hombre interior por su Espíritu; para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones,
a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender
con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura,
y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento,
para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios.
Efesios 3:16-19
Recibió de primera mano grandes revelaciones, conoció la riqueza que existe en el perdón de pecados, en la inexplicable gracia que los cubre y que otorga plena paz y completa salvación. Depositó completamente su confianza en la Verdad y comprendió la inmensidad incalculable del amor de Dios, al cual les invitaba a arraigar y cimentar sus vidas, invitación que es hoy extendida a las nuestras.
Ciertamente, no alcanzaremos jamás a cuantificar el perfecto amor de nuestro Dios, solo podemos saber, en nuestra limitación, que es más que suficiente para alcanzar a toda una humanidad, que perdona toda maldad y que tiene un tiempo de duración que reposa en la promesa de la eternidad.
Como Pablo anunciaba con pasión las abundantes riquezas de Dios, hoy somos llamados a hacerlo, habiendo recibido la gracia que nos otorgó perdón y reconciliación, no podemos sino vivir en Él y para Él, glorificando Su nombre, proclamando Su verdad, Su luz y Su inexplicable e inagotable amor.
Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente
de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros,
a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén.
Efesios 3:20-21
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